REVISTA RHEMA |
NUEVA DIMENSION DE FE
Por Jorge Lacovara
¡Qué poder es librado en la predicación! ¡Qué cosa extraña es la que viene sobre
el hombre y lo convence, lo conmueve, lo consterna, lo sacude! Nos dice Pablo:
"Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación." (1Cor
1:21).
Nuevamente Pablo, en su escrito a los romanos (10:17) dice: "La fe es por el oír, y
el oír, por la palabra de Dios". No por oír cualquier palabra, sino por la palabra
de Dios; la rhema de Dios, que es la revelada palabra de Dios. Esa rhema carga un poder
dentro de ella, como un ingrediente, que obra dentro de nosotros. Cuando usted escucha la
revelación de la palabra de Dios, ¡algo sucede instantáneamente adentro de su corazón!
Y fe nace al oírla.
Ahora, vayamos al evangelio de Marcos, 11:22: "Respondiendo Jesús, les dijo: Tened
fe en Dios". La fe no es ni un estado de ánimo, ni es pensar de manera positiva.
Jesús aquí nos está desafiando a tener fe en Dios.
Estos versículos nos enseñan que la fe que nace en nosotros cuando oímos la palabra no
es por la palabra en sí misma, sino por quién la dijo.
Dios tiene un poder creativo en su palabra, y donde ella entre, adonde ella llegue, ¡algo
va a producir! Algo sucederá.
A veces miramos la Palabra y no miramos al que dijo esa palabra. Y cuando es Dios el que
la dice, el desafío puede ser inalcanzable, es más, me atrevo a afirmar que casi
seguramente será inalcanzable, sonará como locura. Nos hallaremos diciendo: Yo no puedo.
Pero junto con ese decir no puedo habrá adentro un impulso interior que viene con ese
poder creativo de Dios, que lo va a encontrar a usted haciendo lo que usted no puede
hacer, tan sólo porque la palabra fue dicha por Dios.
UNA HISTORIA DE FE
Guarde los conceptos que he vertido hasta aquí, porque tienen mucho que ver con una
historia de fe que quiero ver con ustedes en el libro de Juan 5:1-9: "Después de
estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en
Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el
cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y
paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo
en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después
del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí
un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio
acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le
respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y
entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu
lecho, y anda. Y al instante aquél hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era
día de reposo aquél día".
Primeramente esta historia tiene como uno de los protagonistas: un enfermo. Siempre se ha
dicho que era un paralítico, pero si leemos cuidadosamente, veremos que en ningún
momento dice que lo era. Dice que era enfermo. Supongamos entonces, que era paralítico;
lo cierto es que era un imposibilitado. Uno que por sí mismo no podía caminar, que
estaba acostado. Otra cosa que hallamos en la historia, es el estanque, un lugar parecido
a una gran pileta, y en el cual se producía sanidad de los enfermos. Vemos que también
había una condición para ser sanado. Un ángel cada tanto agitaba las aguas, y cuando
esas aguas estaban en movimiento, el que entraba a las aguas recibía sanidad. La
condición era: ser el primero en entrar al estanque. Si el enfermo no entraba primero
cuando se movían las aguas, seguía enfermo. Como este pobre hombre que estuvo así 38
largos años, paralizado, imposibilitado.
IDENTIFICADOS
¿Cómo nos habla esta historia a nosotros hoy?
Un enfermo, imposibilitado no puede caminar por sí mismo. Eso somos nosotros.
Paralíticos, enfermos, que hasta aquí hemos precisado, como éste, que alguien nos meta
en el agua. El versículo 7 dice: "No tengo quien me meta en el estanque..." Era
un ser dependiente de que otro lo trajera, de que otro, sintiendo misericordia de él, lo
introdujera dentro del agua para ser sanado. Nosotros hemos vivido mucho tiempo en algo
similar a eso. Esperando que alguien nos pueda meter en las aguas. Esperando que el
milagro de nuestra sanidad se opere, pero dependiendo que alguno en Su gracia, en Su
misericordia, nos introduzca al mover de las aguas.
Sabemos que la fe no viene del hombre, por lo cual la fe es un don de Dios. Y si Dios no
nos da esa fe, nosotros quedaremos como ese paralítico allí al lado de las aguas, viendo
como muchos se sanan, como a otros Dios los toca y hace milagros, y nosotros seguiremos al
lado del estanque.
Porque tenemos un gran imposible. Necesitamos una nueva medida de fe, y esa medida de fe
viene de Dios, y si Dios no lo hace, ni usted ni yo podemos creer absolutamente nada.
¿UN GRAN CAMBIO?
Hasta aquí en la historia, vemos todo girando alrededor de una escena: el estanque.
Los ojos del enfermo estaban fijos en las aguas del estanque, en el ángel, en alguien que
tuviera misericordia y lo metiera en ellas cuando éstas se movieran. Pero habría de
producirse un gran cambio.
Mientras leía en el versículo 7: "No tengo quien me meta... otro desciende antes
que yo". Me vi yo al borde del estanque. Jesús parado frente a mí y yo respondiendo
lo mismo. Se hizo un corto y profundo silencio. Cuando percibí ese silencio, levanté la
vista y mi mirada se encontró con la Suya... ¡Qué mirada tan compasiva! ¡Qué mirada
tan misericordiosa! No dice la escritura aquí que Él lloró, pero en esa revelación que
estaba siendo dada a mi corazón, pude ver a Jesús consternarse en Su espíritu, llorar
interiormente viendo mi pobreza, mis limitaciones. Y en ese breve pero profundo silencio,
yo sabía que Jesús estaba por decir algo. Comencé a llorar a medida que ese silencio
tocaba más y más mi corazón, y sus ojos penetraban adentro, muy adentro. Luego me dijo:
"Lee el versículo 8". Al hacerlo, tres palabras resaltaron: "Jesús le
dijo". Y sigue diciendo: "Levántate, toma tu lecho y anda." Cuando
escuché como dichas a mí estas palabras de la boca de Jesús, yo no era Jorge, ¡yo era
esa paralítico que había estado por 38 años al borde del estanque, y que lleno y
cargado de imposibilidades, siempre estaba dependiendo de que alguno me metiese dentro del
agua, de que alguno me lleve, de que otro tuviese misericordia de mí!
¿Cómo me enfrentaba Él ante semejante desafío?
Pero fue al mismo tiempo que me di cuenta, que para aquel hombre enfermo, ¡de pronto el
centro había dejado de ser el estanque! Ya no estaba obligado a mirar las aguas ni a
esperar en que alguien lo echara en ella. Como un relámpago que en medio de la noche
quiebra la oscuridad y las tinieblas, entró fe a la mente y al corazón de él, que nada
podía hacer por sí mismo, y al instante fue sanado.
Es muy probable que tal vez usted esté diciendo en su corazón: "Dios, ¿acaso no
te das cuenta el esfuerzo que hago para vivir en santidad, o caminar en tus caminos ? Y
así, rengueando, a los tumbos, golpeándome de un lado al otro, aquí voy. Pero tú sabes
que necesito ser sano, ¿y me pides, estando yo enfermo, no solamente que sea sano, sino
que camine, que ande, que funcione? No puedo entender."
ESCUCHE...
¿Qué quiere decirle a usted el Señor en este día?
Ya no mire el estanque. Ya no mire que el ángel agite el agua. Ya no mire si alguien
tiene misericordia, y a lo mejor desde la plataforma el predicador o algún hermano entre
el pueblo ora por usted y lo entra a las aguas, y pueda entonces decir: "Ah, hoy he
podido entrar a las aguas y tener un poco de sanidad en mi ser." Esto es lo conocido.
Ya no mire ahí. Hay una nueva dimensión. No es lo que puede ni lo que yo puedo, sino
quién es el que le dice la palabra.
"Toma tu lecho y anda". Una orden descabellada por cierto. El desafío...
¡imposible!
Dios está anunciando que tiene por delante para nosotros un desafío.Y frente a este
desafío hay un imposible. Tiene que haber fe. Es necesario que sea librada una nueva
medida, ¡una nueva dimensión de fe! Aunque lo que nos diga suene disparatado, y por
nuestra mente vayan a cruzar los mismos pensamientos que cruzaron por la mente del
paralítico.
En ese momento recuerde estas palabras: No mire lo que le dice. Mire quién lo dice. Él
no es hombre ni hijo de hombre para que mienta o se arrepienta.
ÉL lo dijo... ¡lo hará!
ÉL habló... ¡lo ejecutará!