REVISTA RHEMA

AEROPUERTOS
Por Angel Tarnowski


Quiero hablarle de los aeropuertos. Pero no de cualquier aeropuerto, sino de los que han sido abandonados. De los que ya no se usan. Alguna vez, personalmente o en alguna película, los hemos visto. Tenemos imágenes de ellos en nuestras mentes: pistas descuidadas, hangares vacíos, oficinas desocupadas, vidrios rotos, y todo envuelto en esas ráfagas de viento que soplan sobre los recuerdos.
Aeropuertos abandonados. Lugares que se vieron alguna vez con mucha actividad. Que vieron gente corriendo de aquí para allá, que oyeron ruidos de turbinas, que tuvieron aviones aterrizando sobre sus pistas. Muchos vehículos en sus caminos se movían de aquí para allá, con combustible, con comidas para los pasajeros, con repuestos para las aeronaves; llevando a los equipos de limpieza o conduciendo a los pilotos hacia sus aviones; con pasajeros recién llegados o con los deseosos de partir. Hoy están abandonados, pero tuvieron sus oficinas llenas de papeles, sus colas de gente, sus cientos de valijas, y los teléfonos, secretarias, muebles, mapas, restaurantes, pasajes, pasaportes, azafatas... ¡Había allí de todo! ¡Y todo se movía en continua acción! ¡Mucha acción!

Como en todo aeropuerto activo, tuvieron una constante y febril actividad. ¡Eran centros llenos de vida! ¡Cada parte de ellos estaba en movimiento!

Son realmente pocos los momentos en que las cosas se detienen en un aeropuerto. Durante la noche se apaga bastante, quedando lo mínimo; mas ya con el alba aumenta la intensidad de cada tarea, creciendo hasta que, pasada la medianoche, despega el último avión y el personal de tierra cierra todo para irse a descansar.

¡Acción! ¡Vida! ¡Cumpliendo todo aquello para lo cual fue creado!

Nadie está en un aeropuerto sin hacer nada. Por el contrario, allí el que va, es siempre por algo. No es un lugar quieto. Por muchos años es así, y sin embargo, en algunos casos, imperceptiblemente, ese lugar tan específico y tan necesario comienza a perder su capacidad de funcionamiento. Lentamente, por una razón o por otra, deja de ser útil.
Luego, alguien finalmente decide que no habrá de utilizarse más. Se ha hallado algo mejor, resulta insuficiente o ya no se adapta a las necesidades. Circunstancias han modificado la razón de su existencia. Circunstancias golpearon una y otra vez contra los propósitos que motivaron su creación, y finalmente lograron ir apagándolo.

Y ante las nuevas decisiones tomadas, los aviones dejarán de llegar y no decolarán más. La pista, claro, tendrá que seguir allí, preparada para su función, pero no será utilizada. La torre de control también permanecerá allí, pero se desguaza; sus partes caras e importantes se trasladan a otro lugar. El gran hall que contenía la acción seguirá allí, solo que sin su vida. Al día siguiente de haberse cerrado todavía llega alguno a tomar algún vuelo, porque no se enteró que de aquí ya no sale nada. Mira sorprendido a un lado y otro. ¿Dónde está la gente?, se pregunta. ¿Porqué está todo tan quieto? No hay ruidos. Se cerró. Funcionó por muchos años con excelentes resultados, pero circunstancias no previstas lo rodearon, y estas circunstancias finalmente lo acallaron. Ahora, solamente sopla el viento sobre la hierba. Hasta hace poco ésta se recortaba cuidadosamente, pero ya crece sin ser controlada. La pista que tan atentamente se observaba para arreglar el menor defecto, ya no tiene a nadie que vele por ella. La torre de control, llena de hombres que minuto tras minuto cuidaban de la seguridad de los viajeros, se transformó en una habitación vacía. Todo ha cambiado.

Había sido algo creado para propósitos específicos y distintos de las demás actividades. Su figura espléndida se destacaba. Su fuerza y su vitalidad prometía éxito perpetuo. Mas de pronto, su imponencia empezó a diluirse. Dejó de observarse ya la diferencia con lo demás, y llegó el momento en que quienes lo veían se preguntaban qué sería de su futuro.

UN ESPEJO DONDE MIRARSE

En la Iglesia cristiana muchos somos hoy como esta imagen que estamos reconstruyendo. La actividad espiritual ha decaído. Nuestras almas están apagadas. El viento de lo mundano sopla sobre nosotros; ha tomado posesión. La actividad celestial ha cesado. No hay comunicaciones que suban o que bajen. Tampoco hay nadie en nuestro ser que cuide de ello. Lo que en nuestras almas antes se ocupaba de las cosas celestiales, ha dejado de hacerlo, porque otras cuestiones se nos han hecho más importantes. El pasto se deja crecer, y como ya no hay actividad, no importa. La pista se deja deteriorar, y como ya estamos ocupados en otras cosas, no importa. Las oficinas se descuidan, papeles nuevos no se hacen, no se leen los informes, los teléfonos no se usan, porque no importa. Las circunstancias han desplazado nuestros propósitos vitales, y los intereses de nuestras almas han cambiado de rumbo; ya no nos llama ese lugar desde el cual tenemos comunión con Dios, y al cual llegan Sus mensajes, Sus Palabras y Su Persona (porque Él mora en lo íntimo). El mundo, en lenta pero constante persecución, ha ganado terreno en nuestras almas. Las circunstancias y las cosas de este mundo, obligadas o no, han apagado nuestros esfuerzos por buscar y encontrar a Dios. Nuestra actividad espiritual ha decaído, se ha ido de ese lugar del interior del corazón, porque hemos sido convencidos que las fuerzas las precisamos para otros intereses. Se requieren cosas para estar medianamente bien en esta vida, y esas cosas no vienen así como así; hay que trabajar por ellas. Todo hoy lleva tanto tiempo y exige tanta dedicación, que los esfuerzos que antes centrábamos sobre el aeropuerto espiritual de nuestro ser, buscando hacer de ese lugar algo importante, -sí, esos esfuerzos que antes poníamos en ello-ahora los dedicamos a otras cosas.

También nuestros aeropuertos militares están desiertos. No hay más guerra contra el pecado en nuestras almas. Hablamos que estamos en contra del pecado, pero hemos abandonado las armas. El mundo escondido en los vientos sopla sobre nuestras almas su carcajada burlona. El viento se ríe. Nos ha engañado. Lo sabe, y sigue soplando sus frescuras mundanas que nos hacen sentir tan bien. El mundo ha tomado nuestros aeropuertos, y cada vez menos suben a los cielos nuestras oraciones, nuestras alabanzas, nuestra adoración. Sutilmente le hemos concedido que no son tan importantes. Que lo celestial es parte de nuestro ser, sí, pero, en fin, quizá no sea lo más importante.

UN EJEMPLO PARA NO IMITAR

Es la historia de Sansón. ¡Nacido para la grandeza, vencido al final! Mató a miles, pero murió debajo de los escombros del templo de este mundo. ¡Vencido al final de la carrera!
¿Es una vida que termine así lo que Dios tiene para los Suyos? Probablemente no.
¿Entonces por qué cayó Sansón? Este hombre había nacido milagrosamente, y había nacido con el propósito de Dios de vencer sobre los filisteos. Formado por Dios, y equipado por Dios para su tarea. Pero, en el momento de las luchas, equivocó el lugar donde apoyarse. Se apoyó en la obra de Dios en él. Puso su confianza en lo que Dios había hecho en él, en lo que le había dado, en aquello de lo cual había sido provisto para cumplir los propósitos de Dios, pensando que lograría vencer cualquier fuerza que viniera contra él, siempre que quisiera. En cierto modo, quizá por causa del gran poder de Dios sobre él, olvidó que era solamente un hombre, y que para vivir espiritualmente en Dios los hombres no debemos apoyarnos en nosotros mismos. En su engreimiento, Sansón confió en la obra que Dios había hecho en él como suficiente, mas no depositó en la persona de Dios su confianza. Su fe en la obra de Dios en su vida era tal, que menospreció a sus enemigos. Y olvidó que necesitamos permanecer en el Señor. No debemos soltarnos de la vid, porque apenas somos unos pámpanos. Inútiles fuera de la vid, aunque a los ojos de los demás seamos poderosos. ¡En ninguna parte está escrito que cuando la uva que cuelgue de ti sea grande, y madura, y ya sabrosa para comer, entonces puedes soltarte de la vid! Aunque sea maravilloso el fruto que te haya sido concedido cargar, la palabra que se encuentra es: "Permaneced". También olvidó que nuestro enemigo ataca por muchos frentes y que él no había recibido poder sobre todos los frentes. Sansón no había sido hecho "todopoderoso"; apenas era "poderoso". El mundo -¿o es Satanás con sus huestes?- descarga en paciente persecución circunstancia tras circunstancia sobre nuestras almas, buscando hallar los lugares flojos, esas áreas en las cuales los "poderosos" son como el común de la gente. El libro de los Jueces en los capítulos 14 y 16 nos muestra como el mundo escogió descargar los sutiles ataques sobre el frente de las emociones y los afectos de Sansón, golpeando incansablemente por días y días sobre ese frente. Sansón era sin embargo indoblegable, y se burlaba de sus enemigos. Luchó, y no permitía que el mundo lo venciera, pero luchaba en su propia fuerza. Su gran fuerza física había sido dada por Dios, pero el enemigo buscó otro costado.
El mundo empujó persistentemente contra sus afectos, y él resistía riéndose de esa presión. Hasta el día... en que bajó la guardia y se entregó. La presión constante de sus enemigos trabajando sobre sus afectos terminó por descubrir el poder de su fuerza, y se la quitó. Sansón fue doblegado por circunstancias repetidas. Circunstancias que él siempre había logrado superar, menos la última vez. Las muchas victorias no lo capacitaron para conocer por cuanto tiempo lograría mantener sus defensas.

¿Sabemos nosotros acaso cuáles son todos nuestros terrenos débiles? ¿Creeremos que no los tenemos, porque no los sentimos, porque no los vemos? Sansón fue desgranado lentamente, fue socavado persistentemente, y el mundo lo venció.
Nació para realizar una obra de Dios, y su nacimiento fue milagroso, y la obra de Dios ciertamente fue cumplida, pero... ¿y él? ¿Son esos los planes de Dios? ¿Que nuestra vida sea usar los dones para realizar su obra y que luego muramos?

¿QUE TIENE PARA DECIRNOS?

¡Oh, Sansón! Aunque eras nazareo desde el vientre de tu madre fuiste enredado y no te pudiste desatar. Perdiste la gloria al final de tu carrera. ¡Háblanos ahora! Dinos que cuidemos nuestras vidas, que del mundo nos cuidemos, porque hombres somos. Enséñanos que muchas cosas ocurrirán alrededor , y cambiarán, buscando engañarnos y hacernos caer, pero que nuestro corazón tiene un lugar de conexión con los cielos, desde los cuales llega nuestra provisión y nuestro sustento. Insístenos que mantengamos activos nuestros aeropuertos, que no dejemos abandonadas las pistas, que mantengamos corta la hierba alrededor, que no apaguemos las turbinas ni cese nuestra comunicación con los cielos; que ocupemos nuestras almas en las cosas celestiales porque hemos sido creados para la unión del cielo con la tierra. Y que, tengamos el don que tengamos, nos encomendemos al dador del don, para que nuestro guardador y nuestro refugio ante toda circunstancia sea solamente el Señor Jesús, porque no es prudente depender de nosotros mismos para defendernos de los embates espirituales.

El Señor nos ha creado en Él, para permanecer en Él, y para vivir en Él. Que sea Él nuestro guardador, y nosotros polluelos debajo de Sus alas.

Señor, por favor, ¡restaura nuestros aeropuertos!

 

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