REVISTA RHEMA |
LA LLAVE PEQUEÑA QUE ABRE UN CANDADO
GRANDE
Por María A. de Miller
Es indudable que tanto ustedes como yo, tenemos un rincón favorito en algún lugar de
la casa. Apilo allí, los ejemplares de distintas revistas cristianas de reciente
edición. Están siempre a mano para actualizarme con los acontecimientos mundiales. Como
editora de esta revista la necesidad de estar informada se superpone, quizás, con mi
necesidad de saber más acerca de Dios.
Días pasados, mientras hojeaba las páginas de varias revistas importantes, puse
atención a la diversidad de ofrecimientos que en ellas había para el desarrollo de un
cristiano capacitado, útil y maduro. Las áreas más diversas estaban allí
representadas; para hacer honor al evolucionado siglo en el cual vivimos basta con ponerse
en contacto vía Internet para recibir un sin fin de enseñanzas.
Siento que una corriente me empuja; nos empuja. Me pregunto hacia dónde. Hice un alto en
mis pensamientos, y medité en las palabras dichas por el Señor y en algo que sucedió
hace varias semanas. "De cierto de cierto te digo que si no os volvéis y no os
hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos".
¿Cómo conjugar la creciente demanda del mundo religioso y la invitación del Maestro a
ser como niños? No, no parecen conjugar. Necesitamos dejarnos arrastrar por otra
corriente, la de Su Espíritu.
Como siempre lo hacemos durante el año, nuestra iglesia apartó un fin de semana para un
campamento de niños. No dejo de asombrarme de las cosas que aprendo durante esos días
junto a los pequeños.
El maestro invitado había compartido con nosotros en el culto, cómo Dios estaba
preparando un ejército de niños para el nuevo milenio, marcado y separado para ÉL.
Cuando esa mañana dimos prácticamente por concluida la reunión, Dios no lo hizo así.
Su Espíritu tomó la vida de un niño, el cual proféticamente y bajo el poder de Dios
anunciaba el advenimiento de una nueva visitación del Señor. El mensaje fue traído a
luz según el Espíritu le dictaba y mostraba. Por aproximadamente una hora, escuchamos
reiteradamente las siguientes palabras:
"La fe del niño,
los cielos abrirá.
La fe de un niño nacerá.
El velo se rasgará.
Y la gloria llenará.
Los ciegos verán.
Los mudos cantarán.
La fe del muerto vivirá.
La fe del niño los cielos abrirá."
Es indudable que Dios no sólo deseó que sea oído el anuncio, sino también que se
grabara en nuestros corazones. Mientras escuchamos el mensaje, nos preguntábamos acerca
del tiempo de su cumplimiento. Casi sin demora, la respuesta vino y ciertamente nos
sorprendió:
"Las agujas en los relojes del cielo paradas están.
El tiempo no existe.
La carrera recién comenzó;
el ganador ya llegó."
Sonaba más que didáctica la ilustración en cuanto a los tiempos en el mundo de Dios.
El niño, mientras estuvo bajo la influencia del Espíritu, permaneció todo el tiempo con
sus ojos fijamente clavados en cielorraso de la capilla; y antes que de allí los
apartara, como broche final, agregó:
"El interpretador,
La luz del entendimiento,
Las palabras juntará."
En ese momento, Dios dio por finalizada la reunión; al menos por ese día. Bajamos los
presentes conmovidos y a la vez llenos de la cercanía de Su presencia.
Más tarde compartí estas cosas con un anciano varón de Dios. Sus palabras terminaron de
sellar lo que había escuchado esa mañana: "Hija, no es novedad lo que me dices.
Dios ha estado hablándome acerca de esto hace tiempo ya. Sabes, un niño está naciendo
en mí. Creo que la fe de muchos niños nacerá". ¿Qué estaba escuchando? ¿Éste
varón de Dios que ha conocido y caminado con el Señor, que ha participado de
avivamientos de Dios, a los 82 años declara que un niño está naciendo en él?
Nuevamente salía conmovida. Un anciano. No... un niño.
Dios prometió que Su gloria visitaría esta tierra, y bañándola, alcanzaría a mudos,
ciegos y muertos en su alma para darles vida. Aún aquel cuya fe estaba sepultada bajo las
tormentas de la vida, recibiría el poder vivificador de Su vida. Pero antes que esto
tuviera lugar habría corazones con la sencilla fe de un niño que creerían que las
compuertas de los cielos y sus torrentes pueden alcanzar la necesidad más imperiosa, el
imposible más tremendo y la tumba más oscura.
"La fe de un niño es la llave pequeña que abre un candado grande". Esa fue la
frase que luego compartió ese mismo niño cuando hablamos en cuanto a lo que había
experimentado. Suena a palabras muy elevadas en boca de alguien pequeño, ¿no es cierto?
No fueron suyas, el Espíritu mismo las graficó ante él para que pudiera entender.
La sencilla fe de un niño que cree en su padre. Espera de él todo. No hay especulación.
No hay imposibles...
Las cátedras dadas por el Espíritu Santo enriquecen el hombre interior, lo preparan , lo
capacitan, elevan su fe a un plano mayor. En ellas... sí me quiero enrolar.