REVISTA RHEMA

TAMBIEN PARA TI
Por Jorge Lacovara

"Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos el Señor nuestro Dios llamare"

Cuando Pedro se puso en pie en aquél Pentecostés y dijo: "para vosotros es la promesa", le estaba diciendo a esa multitud que estaba allí, que el poder del Espíritu, y la promesa del Espíritu y la un-ción del Espíritu de Dios ... eran para ellos.
Esa verdad no acabaría cuando muriera el último de los apóstoles, ni terminaría con la centuria de la primera Iglesia. Sin embargo, durante siglos el enemigo mantuvo convencidos a los cristianos de que la época de gloria se había acabado. Era cuando el Espíritu alumbraba sobre el corazón de algunos pocos (y esos pocos percibían que ésta era en realidad una palabra viva) que la Palabra de Dios se convertía en espada en sus manos, y la tierra se veía nuevamente invadida por el poder del Espíritu.
Esa promesa es para Usted, es para mí; es para todos nosotros.
Pero esta promesa no viene sola. No es solamente la palabra, sino que son también la responsabilidad y la obligación de traer a este mundo la libertad, la luz, la vista, la sanidad y las Buenas Nuevas, porque Cristo no cesó en Su Ministerio.
Cuando Jesús resucitó, les dijo a Sus discípulos:"Vayan a Jerusalén y esperen allí la promesa. El Espíritu de Dios vendrá sobre ustedes y recibirán poder, y me serán testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta en lo último de la tierra ". Lo que Él les estaba diciendo era que cuando Pentecostés llegara sería el sello y la seguridad de que su ministerio que en Su Persona había finalizado físicamente sobre la tierra- ya no sería ahogado, sino que se dispersaría más que nunca. Ya no sería más un solo hombre caminando durante tres años por los polvorientos caminos de Galilea o por las calles de Nazaret o Jerusalén, sino que atravesando los siglos y las distancias, miles y millones anunciarían las Buenas Nuevas; hombres y mujeres se pararían en medio de todas las oscuridades y dirían : "¡El Espíritu de Dios está sobre mí y me ha ungido. Me ha enviado, y me ha dado pregonar libertad de la cárcel a los cautivos, vista a los ciegos y buenas nuevas a los abatidos!"
Quedan todavía miles de millones de cautivos sobre la tierra, miles de millones de vidas abatidas por el enemigo, miles de millones de oprimidos por el diablo. Quizá Usted diga: "Necesitamos un evangelista. ¡Traigan uno!". Déjeme decirle que lo que precisamos no es un evangelista, ni parlantes ni carpa. Se necesita de la unción del cielo sobre nuestras vidas, porque el ministerio de Cristo no terminó el día en que desde la cruz Jesús exclamó: "¡Consumado es!". Ese día lo que fue consumado, o finalizado, fue que quedaba establecido para siempre el ministerio de Jesús sobre la tierra y ya nada ni nadie podía removerlo. Lo que se consumaba, o se concluía, era la obra de Dios que establecía a Jesús como único Señor, y como Salvador, Redentor y Camino para retornar a la comunión perdida entre el hombre y Su Creador, como una vez había existido entre Dios y Adán.
Ahora bien, si creemos en esta parte de las Escrituras, también debemos prestar atención a la manera en que esto se hace realidad, porque las promesas no evitan la manera de Dios de hacer las cosas. Cristo nos mostró una senda. Esta es una característica de lo que el Espíritu quiere, y sobre todo, HACE. Cuando Jesús entró a las aguas del Jordán y fue bautizado por Juan, el Espíritu descendió en forma visible sobre Él, y lo ungió con el poder. Esta es una señal muy clara y significativa para todo aquél que quiere o siente el llamado de Dios al ministerio. No puede salir en sus propias fuerzas, sin una previa unción del Espíritu, sino en el poder de Él.
Cuando el Espíritu de ciende sobre alguien, es señal de que esa vida va a ser usada por Dios en cualquier momento que el Señor disponga.
Pero la responsabilidad que viene con la promesa, y la gran necesidad que hay en el mundo que nos rodea, debe llamarnos a mirar bien a las Escrituras y a la historia de la Iglesia también. Vimos que Jesús recibió de lo alto Su unción, y vemos que la unción siguió tras Pentecostés sobre los Suyos. Entonces, ¿cómo fue que pasados los primeros siglos la Iglesia perdió lo que era suyo? ¿Cómo pudo Satanás hacer creer a la Iglesia que lo que fue ya no sería, y hacer que ya no lo buscaran más?.
Es que hay que considerar más aspectos: Primero, la relación de Jesús en oración hacia Su Padre y segundo, con la Palabra de Su Padre. Hoy no mencionemos acerca de la relación personal con Su Padre (pues sabemos del relato de Su vida como se mantenían ambos en constante comunión), pero sí acerca de la relación con Su Palabra. Nacer de nuevo es el más grande milagro de los siglos y del mundo. Eso no depende de carne ni de sangre, ni de voluntad de hombres, sino de voluntad de Dios. Dios hará lo que Usted no puede hacer; Él le dará la nueva vida. Pero lo que Usted sí puede hacer, eso Él no hará; lo dejará en sus manos, aunque le dará las herramientas. ¿Cómo venció Jesucristo al tentador cuando el Espíritu lo llevó al desierto después del bautismo? Satanás lo había tentado con la Palabra de Dios, pero "fraguada", fuera de contexto. Le había sacado una palabrita aquí, otra allí... Sólo que no contaba con que Jesús conocía bien la Palabra. La fe en el corazón de Cristo no se cimentaba en experiencias o emociones, sino en la sólida Palabra viva y eterna de Dios. Recuerda ese pasaje de la adolescencia de Jesús: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?". Hay algo que nosotros sí debemos hacer, y es restaurar nuestras almas. ¿Qué tienen que ver nuestras almas con la promesa de Dios? Mucho. Pues en el alma está la puerta por la cual la herramienta de la Palabra de Dios puede ser aplicada por nosotros.
Cuando una vida viene al encuentro de Jesucristo y de Su cruz, el espíritu de ella nace de nuevo. El espíritu deja de estar en cautiverio y muerte y pasa a la vida. Es una vida espiritual también, pero ... ¡nueva! Todo aquél que es un hijo de Dios (pues es Dios quien le dio vida) tiene un espíritu renacido. Cuando Jesús le dijo a Nicodemo que debía nacer de nuevo, no le estaba diciendo que debía cambiar de cuerpo, sino de que su espíritu debía nacer de nuevo. "Todos debemos saber que el hombre es espíritu, tiene un alma y vive en un cuerpo", dice Hagin. ¡Su definición me gusta!
¿Qué pues, del alma? Citada por las Escrituras como el asiento de aquello que denominamos mente, emociones, afectos, entendimiento y pensamientos, no renace juntamente con el espíritu. Al igual que el cuerpo, quedan como eran.Cuando nos encontramos con la cruz, lo que nace de nuevo es el espíritu, no así ni su mente ni sus pensamientos. !
Así pues, lo que renace no es el alma, sino el espíritu.
El apóstol Pablo hace mención de esto cuando habla de renovar la mente. Él usa la palabra "transformaos". Somos exhortados una y otra vez a que renovemos nuestro entendimiento, nuestra manera de pensar; a no entregarnos a la manera de pensar del mundo.
De este texto y otros similares, resulta claro que la restauración de nuestras almas queda en nuestras manos. Nacer de nuevo no podemos, Dios lo hace, pero tornar de manera de pensar es algo que nosotros sí podemos, y debemos hacer.
Años atrás, un querido hermano en el Señor solía decir: "Cuando agarro la Biblia de alguien, la abro y miro un poco sus hojas,... y sé cuán espiritual es esa persona y cuánto vive en victoria". ¿Por qué decía esto? Porque una persona que vive en victoria es una persona que tiene fe, y si la tiene, es porque come de la Palabra de Dios. No porque la lee, porque es religioso, sino que se pone delante del Espíritu de Dios y le ruega que ese día le dé de comer de la Rhema que viene de lo Alto, y que imparte dentro del corazón la correcta y verdadera manera de pensar. Para que cuando venga el enemigo con sus ataques se encuentre contra un fundamento sólido, que no está formado por experiencias, toquecitos ni emociones, sino por LA ROCA ETERNA DE LOS SIGLOS.
Jesús dijo: "Pasarán los cielos y la tierra, pero Mi Palabra permanecerá."
Cuando nuestras mentes todavía pertenecían al mundo, estaban bajo el dominio de Satanás, y pensaban lo que el mundo piensa. Y el diablo es padre de toda mentira, es decir que nuestros pensamientos bajo su dominio, eran desvirtuados. Un pasaje de las Escrituras dice respecto de quienes no han nacido de nuevo: "Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios". El enemigo procura por todos los medios de que la manera de pensar se embote, que se nuble, y de que la mente se mantenga lejos de la verdad de Dios; quiere que pensemos engañosamente, que aceptemos la mentira en lugar de la verdad.
Si la mente ha sido bombardeada por años, si ha nacido bajo el dominio de la mentira, del engaño, de la oscuridad, de las tinieblas, y bajo la trampa del enemigo, ¿puede cambiar? Sí, pero la respuesta está en la Palabra de Dios. Es de allí de donde debemos beber y absorber aquello que Dios tiene para que nuestro corazón cambie. A medida que nuestras almas, nuestros entendimientos y sentimientos comienzan a abrazar la correcta manera de pensar, van siendo salvadas y restauradas.
Las bases de nuestra vida y de nuestra fe deben estar sobre la Palabra de Dios, que es la única verdad. Entonces, cuando el entendimiento comienza a absorber la verdad que proviene de la Palabra, el enemigo comienza a perder su tiempo cuando con mentiras (o medias verdades, como lo quiso hacer con Jesús) trata de engañar a nuestro corazón.
Los cristianos del segundo siglo y después fueron perdiendo la comunión personal con el Espíritu de Dios y la fe en Él, porque descuidaron la transformación de sus almas para acomodarse a la verdad de Dios. Descuidaron la restauración de sus almas, y perdieron lo que tenían. Fueron engañados por el engañador, y no hubo defensa en ellos.
Nuestra fe debe estar basada, no en experiencias, ni en toques, ni en emociones ni en sentires, sino en la verdadera y sólida Palabra de Dios.
La promesa de Pentecostés ¡es para Usted!. Sí, ¡es para Usted!. Las palabras de la profecía de Isaías eran acerca de Jesús y -¡por supuesto!- del Cuerpo de Jesús, Su Iglesia. De manera que las palabras
que Nuestro Señor leyó del rollo de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son hoy la extensión del testimonio y de la misión que Dios tiene sobre esta tierra a través del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, de la cual Usted forma parte. El fundamento de la Fe es la Palabra de Dios, y ella dice que el Espíritu de Dios está sobre Usted y sobre mí, y nos ha enviado a dar las buenas nuevas a los pobres, a sanar a los quebrantados, a los dolidos, a los angustiados de corazón. A pregonar libertad a los que se encuentran en cautiverio espiritual, a sacar las vendas de los ojos ciegos, tanto espirituales como físicos. A poner en libertad a los oprimidos. Todo eso lo hace Dios, pero lo hace (o lo hará) ¡a través suyo y a través mío!
No se deje engañar. Quizá deba dejar a un lado cosas que favorecían al engañador en su vida, o deba comenzar a hacer cosas que por no hacer no podía obtener lo prometido por Dios. ¡Hágalo!

 

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