TU DIOS REINA

CAPITULO 3

 

AGUAS SOBRE EL SEQUEDAL

 

«Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal y ríos sobre la tierra árida» (Isaías 44:3).

Me hallaba parado frente a una congregación eslava. El largo programa preliminar por fin había terminado; el pastor anunció que yo hablaría, pero la única palabra que el Señor me daba era: «Invita a la gente a orar». ¿Qué clase de mensaje era ese? ¿Podría ser del Señor? Pero habiendo comenzado a caminar unos meses atrás en la senda de la obediencia, estuviese o no de acuerdo a mi lógica, obedecí la orden dada por el Señor. Inmediatamente todos cayeron sobre sus rodillas y antes de que me diese cuenta de lo que estaba sucediendo, el Santo Espíritu había descendido sobre el grupo de aproximadamente cuatrocientas personas. Mientras ellos clamaban a Dios, varios recibieron el Espíritu Santo y hablaron lenguas desconocidas. Otros, con llanto de arrepentimiento buscaron su camino de retorno al Calvario.

El pastor quedo atónito, pues estaba completamente desacostumbrado a esta clase de manifestaciones en su iglesia (aunque tenía el nombre de pentecostal). Rápidamente hizo sonar su campanita para llamar al orden a la congregación. La congregación, en obediencia, tomo sus asientos y permanecieron en silencio. «Y ahora va a hablar el hermano Miller», anunció el pastor visiblemente perturbado. Pero Dios no había cambiado de idea, de modo que, al retomar mi lugar en el púlpito, mis palabras fueron estas: «Hermanos, oremos». Nuevamente el pueblo cayó de rodillas y tan pronto como comenzaron a orar, el Espíritu Santo se movió sobre ellos y más hermanos fueron llenos del Espíritu.

El ruido se acrecentó, hasta que el pastor, sin poder tolerar más desviaciones del acostumbrado rito formal, hizo sonar nuevamente su campanita y los retó severamente. Ellos obedecieron. El culto me fue devuelto para predicar el anticipado mensaje. Pero el sermón de Dios seguía siendo siempre el mismo. «Hermanos, Dios está aquí, oremos». Por tercera vez la gente cayó sobre sus rodillas para continuar orando. El proceso se repitió nuevamente: la campana, el reto, el culto cedido, la repetición del llamado a oración, la gente arrodillándose y el Espíritu derramándose.

Pero la última vez no hubo ya más campanas ni retos. El Espíritu del Señor continuó su mover, sin ofenderse por las reiteradas interrupciones. Hasta el momento, el pastor se mantenía de pie en observación, hasta que el Espíritu Santo obró también sobre él y comenzó a clamar a su Creador. Por fin pudo entender que la gente no estaba fuera de control, sino bajo el poderoso control de Dios.

Durante varias horas un gran clamor y gemidos ascendieron al trono; unos lucharon por obtener perdón; otros gritaron con gran victoria las alabanzas de Sión y del Cordero. Otros hablaron en lenguas desconocidas, mientras recibían el Espíritu Santo prometido por el Padre. Aquello era un Santo Jubileo. Para el fin de semana habían recibido el Espíritu Santo aproximadamente doscientos hermanos.

También en Buenos Aires, en otra iglesia, el río de Dios empezó a fluír, limpiando, sanando y llenando con su Espíritu. En la calurosa noche de verano las puertas de la iglesia fueron cerradas para impedir que los ruidos causaran molestias a los vecinos inconversos; pero de todas maneras, el clamor y la alabanza pasaron a través de ellas y ascendieron al cielo mismo.

 

 

HACIA EL NORTE

 

En un viejo y tambaleante tren, que se arrastraba con su implacable velocidad de treinta kilómetros por hora, Roberto Thomas y yo emprendimos un viaje hacia el norte. Nuestro destino: Encarnación, Paraguay.

Durante la segunda noche de cultos, el río de Dios comenzó a fluir con poder sobre aquellos paraguayos sumidos en la pobreza. A la noche siguiente, una pequeña y tímida mujer india de la selva, asistió a la reunión; ella sólo sabía hablar guaraní. Al comienzo de la reunión intenté saludarla, pero aun esto resultó incomprensible para ella. Pero cuando la nube de gloria descendió, esta mujer saltó de repente sobre sus pies y comenzó a hablar con tal fluidez y libertad en castellano, anunciando lo que el Señor iba a hacer, que pensé que había estado bromeando al decir que ella no hablaba nuestro idioma. Una vez terminada la hermosa profecía, la mujer continuó hablando en castellano. Dijo que Dios deseaba bautizar a cierto hermano con el Espíritu Santo, pero que el no quería levantar sus manos. A pesar de esto, el hombre continuaba sin levantarlas, así que la hermana puso acción a sus palabras. Aunque no entendía lo que estaba diciendo, saltó sobre su banco para acercarse a el, tomó sus manos por la fuerza y se las levantó, mientras él se arrodillaba. Inmediatamente el hermano rompió a hablar en otras lenguas y el Espíritu del Señor lo bautizó. Después de la reunión me acerqué a ella y le dije: «Bueno, me imagino que usted estaba bromeando antes del culto, ahora sé que sabe hablar castellano». Sus ojos se fijaron sobre mi, y descubrí que no entendía ni una sola palabra de lo que estaba diciendo. La gente alrededor de ella comentó: «Oh, la hermana no habla castellano, sólo guaraní». En el Espíritu había hablado en otras lenguas, no sabiendo absolutamente nada de lo que decía; pero, para nosotros que entendíamos cada palabra, fue dada una magnífica profecía.

En aquella tierra comenzó un mover del Señor que continuó por semanas en la iglesia, dentro de la selva, y en las colonias entre la gente de habla europea.

Un joven eslavo venía a los cultos en ese lugar y era la primera vez que veía a Dios moverse de tal manera, así que se propuso buscarlo para su propia vida. Dos años después, pudo participar del avivamiento de Dios en City Bell.

Dios había forjado otro eslabón en su cadena.

 

 

EN EL CHACO ARGENTINO

 

En medio de la inhóspita selva chaqueña, labriegos europeos establecieron, con gran trabajo y sacrificio, sus plantaciones de algodón. En su tierra habían conocido el mover de Dios, pero a través de las grandes pruebas de la fe, al venir a formar sus hogares, iglesias y chacras en una tierra hostil, habían perdido su primer amor.

Para los adultos, ocupados en sus plantaciones y negocios, la iglesia era el ritual de domingo, y para los jóvenes, una obligación o compromiso con sus padres, pero venían livianamente, con risas y burlas. Eran conocidos por su frialdad hacia el Señor y por su completa falta de interés en todo lo que respecta a las cosas espirituales.

Pero, un día cercano a la navidad de 1950, el copastor y varios de los miembros oyeron del derramamiento del Espíritu Santo entre los eslavos en Buenos Aires, así que decidieron visitarlos. Al ver la gloriosa obra de Dios, especialmente entre los jóvenes, fueron inspirados a buscar al Señor. Al retornar a Chaco, compartieron las noticias de lo ocurrido en el sur, esto despertó hambre en los corazones de la gente llevándoles a buscar a Dios. El Espíritu Santo se movió entre ellos y los jóvenes que se habían reído y burlado, comenzaron a venir a los pies del Maestro.

Una joven, la más apartada de los apartados, vino a Él en arrepentimiento y fue llena del Espíritu Santo. Los más ancianos, frunciendo el ceño, pensaron: «¿Cómo puede ser esto? ¿La peor de toda la iglesia es la que recibe primero?».

Éste fue otro mensaje elocuente a la gente joven: «Si Dios podía perdonar y bautizar a la peor de todos ellos, entonces había esperanza para el resto». Los que antes se habían reído y burlado en la iglesia, ahora se sentían atraídos por Dios y lo buscaban.

Otro joven, Alejandro, conocido como el «líder de los pródigos», había estado parado en la puerta de la iglesia, riéndose. A pesar de haber tomado varias copas, se sintió atraído por una gran ola de fuego hacia el interior del salón. Acercándose al altar cayó postrado; su risa se convirtió en gemidos y comenzó a llorar descontroladamente. En un momento, el curso de su vida cambió; dio sus espaldas al pecado y volvió su rostro para buscar al Señor; pronto Dios lo llenó con el Espíritu Santo. En las semanas siguientes, antes de salir a trabajar durante todo el día en los campos de algodón, dedicaría muchas horas a la oración, en los cercanos bosques, clamando al Señor y Redentor. Un cambio tan radical se había operado en él, que sus compañeros se maravillaron. Varios meses después, el Señor lo llamó para que fuera al Instituto Bíblico en City Bell. Este es el joven a quién el visitante celestial se le apareció.

También, la convicción del Espíritu Santo de Dios cayó sobre los mayores, uno a uno. Guerras personales que habían estado en pie por más de diez años, concluyeron, llevándolos a la reconciliación.

Cuando el Espíritu descendía sobre una persona, no era nada extraño ver que ésta, arrepentida y humillada fuera a reconciliarse con algún enemigo.

Esta ola de avivamiento duró varios meses.

 

 

JUNTOS EN CITY BELL

 

Alejandro de Chaco, el joven eslavo de Paraguay, la jovencita de Mendoza, la hija del misionero de Buenos Aires y otros, fueron traídos por el Señor a City Bell en 1951. Fue allí donde el ángel apareció y todos fuimos llevados a su Presencia con fuertes intercesiones durante meses. Al final de ese periodo se convocó una reunión general.

Entre los concurrentes, había un joven italiano, que al no poder resistir la presión que sobre él ejercía el Espíritu Santo, se puso de pie y comenzó a confesar su tibieza causado por tantos meses de alejamiento de las cosas de Dios. El Espíritu de arrepentimiento llevó a otros a confesión delante del Señor, revelándoles a cada uno su propia falta y necesidad. Era tal la Presencia de Dios que, a pesar del llamado a almorzar, continuaron cautivados en el mover del Espíritu. Una a una las confesiones fueron hechas y, en cada vida, la comunión con el Señor fue restaurada.

Varios de los líderes misioneros, en abierto desacuerdo con lo que Dios estaba haciendo, salieron indignados por el rumbo que había tomado el culto. A pesar de la resistencia y rechazo de algunos, el Señor continuó moviéndose en aquellos que estaban con sus corazones abiertos y hambrientos.

Cuando el período de clases finalizó, los jóvenes salieron a la obra. Dos de ellos fueron al pueblo llamado « 25 de Mayo», a una iglesia pentecostal por muchos años abierta, pero que ahora estaba casi vacía.

«El Señor nos ha enviado aquí», anunciaron los muchachos a la asombrada misionera a cargo de la obra. «Entren, entren», dijo ella, mientras los recibía cordialmente. Los jóvenes fueron a orar a su cuarto. Cuanto más oraban, mayor era la carga que sentían por los perdidos. Sin asistir a los cultos, continuaban orando. Muchas veces, con sus rostros bañados en lágrimas, oraban por la gente, mientras caminaban por las calles.

Entonces, el Señor les guió a levantar una carpa evangelística. La única disponible estaba rota e inservible, pero ellos mismos la remendaron. Cuando estuvo lista, fue armada en una buena ubicación y comenzaron a ministrar con sus corazones quebrantados y conmovidos por la necesidad del pueblo.

El Espíritu Santo se movió sobre la gente trayendo salvación y sanidad. Muy pronto, la iglesia dejó de estar vacía; el mismo Espíritu que había movido en Mendoza, Buenos Aires, Paraguay y City Bell, se estaba ahora moviendo hacia los inconversos en otras partes del país. Nuestros corazones se regocijaron y nos dimos cuenta de que el Señor estaba comenzando a cumplir las promesas dadas en City Bell.

Luego, una extraña e incomprensible orden vino desde arriba: «Retiraos del campo de batalla. Apartaos y esperad en oración». Era una orden muy difícil de obedecer. Nosotros habíamos previsto una rápida edificación de su Reino - algo semejante al lanzamiento de un proyectil - y ahora Él nos estaba apartando, llevándonos a permanecer en un aparente y descorazonante fracaso. Pero, en obediencia a su orden, dejamos City Bell, el lugar de su Presencia, y nos trasladamos a Mar del Plata, ciudad ubicada a unos cuatrocientos kilómetros de distancia.

 

 

ESPERAR, VELAR Y ORAR

 

Durante los días de espera, velando en oración, nuestra fe fue angustiosamente probada. El cumplimiento de las promesas del Señor se dilataba y muchos comenzaron a reírse. ¿Había hablado Dios realmente? Para ellos era obvio que no, porque no se cumplía nada de lo que Él había dicho. Así que, continuaron burlándose. Muchos rechazaron la obra que Dios había hecho en City Bell, concluyendo que debía haber alguna equivocación y se levantaron contra aquéllos que creían en las promesas que Él había dado. Solamente un pequeño grupo se mantenía creyendo y guardando en sus corazones lo que Él había hablado.

Mientras los meses se transformaban en años, lo único que nos animaba era que Aquel que había dado las promesas, era poderoso para cumplirlas.

Después de los gloriosos meses de la visitación de Dios en Mendoza, del mover del Espíritu en iglesias de Argentina, Paraguay y de los preciosos días de City Bell, fuimos apartados para no hacer otra cosa más que, esperar, velar y orar.

El silencio del Señor, después de los abundantes mensajes que había dado en City Bell, probó nuestra fe tremendamente; fue el período más duro de todos. Era comparativamente fácil recibir la promesa en fe, pero nosotros descubrimos que el período de paciente espera para su cumplimiento, era mucho más difícil.

Los tiempos de Dios estaban solamente en sus manos y Él nos decía que esperáramos.

Así pasaron más de dos años.

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