TU DIOS REINA

CAPITULO 1

UNA VISITACIÓN CELESTIAL

«Y volví mi rostro a Dios el Señor. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión.... Aún estaba orando cuando Gabriel vino a mí diciendo: «Fueron oídas tus palabras y A CAUSA DE TUS PALABRAS YO HE VENIDO» (Daniel 9:3,4,20,21; 1O:12).

Era más de media noche, la naturaleza estaba quieta y expectante. El firmamento, cubierto de estrellas titilantes, parecía cada vez más cercano. De lo profundo del corazón de un jovencito polaco, un clamor nacido de Dios ascendió hasta los mismos cielos. Dios oyó y envió su respuesta. ¿Era producto de su imaginación lo que veía? Las estrellas, cada vez más brillantes, parecían acercarse a él. Luego, en medio de este inmenso resplandor, apareció uno aún mayor. Era un ser del mundo celestial que fue acercándose más y más, hasta envolverlo en la misma Presencia de Dios, santa, majestuosa y terrible.

Un gran temor se apoderó de él. Levantándose sobre sus rodillas, Alejandro huyó aterrorizado, buscando refugio en el Instituto Bíblico. No imaginaba el papel que iba a representar en el gran mover de Dios en Argentina, ni tampoco sabía por qué su espíritu había estado ardiendo por tantos meses con una profunda oración que le robaba noches y noches de sueño. Primero en los campos y bosques de su hogar en Chaco, y luego, muy de mañana, en los prados que rodeaban el Instituto. Y ahora, Dios mismo se acercaba a él.

Dentro del Instituto, situado en City Bell - pequeño pueblo cercano a Buenos Aires -, todos dormían tranquilos, sin imaginar siquiera lo que estaba por suceder. Afuera, Alejandro golpeaba desesperadamente la puerta que, para su asombro, estaba cerrada. Dio voces para que alguien le abriera. Finalmente, uno de los estudiantes, reconociendo la voz, se levantó y le dejó entrar.

Pensando escapar de la tremenda presencia que lo acompañaba, Alejandro corrió hacia el interior del edificio, pero esa misma presencia entró con él. En un momento todos los estudiantes estaban completamente despiertos, pues al sentir la santa presencia de este ser, el temor de Dios cayó sobre ellos y comenzaron a arrepentirse, clamando a Dios por el perdón de sus pecados.

El Espíritu del Señor, santo y poderoso, contendió con ellos. Ninguno de los presentes podía escapar del santo fuego de su presencia.

Una joven, no queriendo poner al descubierto su pecado, arrepentirse y abandonarlo, rápidamente preparó sus maletas y se fue. Aun después de pasadas muchas noches, los estudiantes temían estar a solas. Los que compartían un mismo cuarto, se metían dentro de una misma cama sin perder tiempo en sacarse los zapatos, porque la temible Presencia de un Dios vivo y santo había acompañado a nuestro visitante celestial.

A la mañana siguiente, 5 de junio de 1951, nos reunimos todos para el anunciado tiempo de oración que reemplazaría al acostumbrado horario de clases. Afuera, una gran tormenta rasgó la atmósfera, como si hubiera un enorme conflicto en los aires.

Dentro del Instituto, la expectación mantuvo a todos en silencio, mientras aguardábamos el mover del Espíritu de Dios.

Pocos minutos después de haber comenzado a orar, nuestro visitante vino nuevamente y parándose junto a Alejandro lo transportó en espíritu a países lejanos. Mientras viajaba sobre la faz de la tierra, veía numerosas ciudades cuyos nombres le eran revelados. Fue entonces cuando abrió sus labios y comenzó a hablar, pausada y claramente, repitiendo cada palabra dos o más veces, nombrando cada ciudad que visitaba. Ciudad tras ciudad fue mencionada, comenzando con las de Argentina; continuó trasladándose de un país a otro, tal como si estuviera leyendo los nombres en un atlas. Ningún estudiante o viajero podría haber mencionado tan larga lista, mucho menos este jovencito chaqueño que apenas contaba con una educación elemental. Al moverse en el espíritu de un país a otro, los nombres de estas ciudades fueron dadas en su respectivo idioma: inglés, alemán, eslavo, árabe y otras lenguas. Más tarde nos relató que, como si hubiera estado mirando hacia abajo, tenía la sensación de hallarse visitando las ciudades una por una. Hora tras hora los nombres continuaron, y estas ciudades son las que el Señor prometió visitar antes de que el fin venga.

QUE SE ESCRIBA

A la mañana siguiente, cuando nos reunimos nuevamente para orar, el Espíritu del Señor nos condujo a un período de profunda intercesión. Estudiantes y misioneros fueron unidos y derretidos bajo su poder. Mientras orábamos, nuestro visitante vino otra vez y se paró nuevamente junto a Alejandro. No podía ser visto en forma humana, pero se manifestaba en forma tan marcada que todos nosotros sabíamos que estaba allí. En espíritu era visto por Alejandro, quien hablaba con él.

Otra vez el joven comenzó a repetir pausadamente las palabras del ángel. Para los que escuchábamos, era una lengua totalmente diferente a cualquier otra que hubiéramos oído antes, por lo tanto, no entendíamos lo que decía.

Al mismo tiempo, otro jovencito, Celsio, fue tomado por el Espíritu de Dios. Éste, con menos estudios que Alejandro y siendo de nacionalidad argentina, reiteradas veces había tenido discordias con aquel. De diferentes razas, culturas y temperamentos, no tenían ningún lazo de unión natural. Sin embargo, súbitamente, el Espíritu del Señor descendió también sobre este joven argentino, abrió sus oídos y le hizo entender claramente, como si fuera en su propio idioma, todo aquello que iba diciendo Alejandro en una lengua desconocida. Ahora Dios los había unido en un solo espíritu. El contenido del mensaje atemorizó de tal forma a Celsio que escapó del salón despavorido. Una vez afuera, contó la extraña sensación y la interpretación que había tenido; los que lo oyeron insistieron en que regresara e interpretara el mensaje a los demás. Entonces, volvió y trató de trasmitir lo que estaba recibiendo. Sin embargo, otra cosa extraña sucedió, cada vez que Celsio trataba de hablar se ahogaba, como si una mano invisible apretara su garganta. Lleno de terror una vez más dejó el lugar precipitadamente.

Mientras tanto, Alejandro repetía las palabras lenta y pacientemente, sabiendo que Celsio debía interpretarlas. Cuando el jovencito escapó del cuarto, Alejandro, por el Espíritu, supo que él no se encontraba allí y decía que regresase. No obstante, sus ojos estaban cerrados en oración y adoración, perdido en la tremenda Presencia de este visitante, cuya atmósfera nos rodeaba a todos poderosamente.

Varias veces, esa misma mañana, Celsio salió y fue persuadido a regresar. Él entendía los extraños y a veces atemorizantes mensajes, pero cada vez que se disponía a comunicarlos, sentía que se ahogaba.

Ya que no podía hablar, finalmente, alguien sugirió la idea de escribir aquello que recibía; y así se hizo. Era esto justamente lo que el Señor estaba deseando hacernos entender. El mensaje comenzó a fluir; primeramente fue escrito en un trozo de papel, luego en el pizarrón, o si no era leído en voz alta para que todos lo escucharan. Celsio, como un escriba de Dios, anotó los mensajes dictados por el ángel, dichos por Alejandro en una lengua desconocida.

El deseo de Dios era que éstos se conservaran, puesto que relatados oralmente serían pronto olvidados y perdidos. Trozos de estas profecías están incluidas al final de este libro.

Cuando el Espíritu descendió sobre el grupo congregado en el Instituto, un joven estudiante de medicina, que asistía a las clases como alumno diurno, se escandalizó y dijo: «¡¡¡Esto es obra de Satanás y debe ser parada!!!» Sin embargo su actitud cambió cuando leyó la primera copia de los mensajes; se convenció de que eran de Dios. «Yo conozco a este joven», dijo, «y su escasa cultura literaria; sólo Dios pudo haberle hecho escribir con tal estilo».

Las comidas fueron olvidadas y un bocado fortuito era suficiente; se dormía lo indispensable.

Mientras el grupo continuaba en oración, repetidas veces el visitante se manifestaba y dejaba otro mensaje. Muchas horas fueron empleadas en profunda oración e intercesión, en este soberano mover de Dios.

Después de la primera semana, el ángel no vino tan frecuentemente, sin embargo, la poderosa Presencia del Señor continuaba sobre nosotros extendiendo aún la cobertura de su santa Presencia en forma de círculo varios metros alrededor del Instituto. Los que penetraban dentro de esta zona comentaban admirados acerca de la rara sensación que experimentaban.

Todos aquellos que compartieron estas particulares y maravillosas manifestaciones fueron sellados para llevar a cabo una extraordinaria intercesión en el Espíritu Santo. Nunca había visto a un grupo orar así; aunque en aquellos momentos había muy poca comprensión acerca del propósito de Dios en estas tremendas olas de intercesión. Hora tras hora, un gran clamor se levantaba hacia Dios desde el corazón de cada uno de ellos, pidiendo su intervención. Estudiantes, maestros y misioneros fueron unidos en diversas manifestaciones de su Espíritu, llorando con profundo quebrantamiento e intercesión por Argentina.

El poder y la Presencia de Dios hacían del lugar un verdadero vértice de actividad espiritual. Por lo que, durante esos meses, no nos sentábamos a leer o meditar los mensajes del ángel. La Presencia del Señor era demasiado real, la obra del Espíritu contundentemente vital y la Biblia un libro demasiado importante como para hacer de las profecías nuestro centro. El mismo Señor era el centro. La oración se convirtió en un fuerte y terrible clamor hacia Dios. Su palabra, consultada constantemente en esos días, era el manual que nos guiaba. La palabra hablada venía con poderosa unción. Profecías fluían como ríos desde muchos vasos. Dios obraba en individuos, limpiando, transformando y llenando. El llanto ascendía a Dios junto con el clamor que pedía misericordia y perdón.

Mientras la guerra en las regiones celestiales progresaba, nuestra intercesión se extendía a las almas perdidas. Las ciudades mencionadas, tan completamente dominadas por el paganismo, la idolatría y los dogmas católicos (pretensiones religiosas que se satisfacen por medio del ritualismo, pero que dejan en la vida interior un lastimoso vacío) eran nuestras cargas. El Espíritu del Señor nos elevaba, mientras que las lágrimas fluían como arroyos de los ojos de esos jóvenes tocados por Dios. El Señor clamaba a través de ellos por el mundo amado que no lo conoce y camina solo hacia una eternidad sin Él.

Durante esos meses Dios nos estaba guiando a un nivel de ministerio que no habíamos experimentado hasta entonces. Cierto día, un hermano entró al salón de reunión y tomó su asiento, permaneciendo muy serio y quieto, mientras los demás participaban en el dulce espíritu de adoración. Los misioneros y pastores sin saber por qué, sintieron que debían orar por él imponiéndole sus manos. Era la primera vez en estos meses que Dios nos pedía hacer algo semejante, y en fe lo hicimos. Al finalizar la oración, el hermano cayó postrado en el piso y en esa actitud permaneció por largo rato. No había ningún movimiento, ningún sonido; no sabíamos qué sucedía. Al tomar nuevamente asiento, su rostro reflejaba la transformación que se había operado en el interior. Más tarde, nos dijo que al entrar en el cuarto se sintió perturbado y molesto. Luego de la oración, Dios le hizo ver las cosas de una manera distinta, mostrándole una visión del Calvario - una revelación de la Cruz que nunca más podría olvidar.

UN TIEMPO DE DESCANSO

Llegó el tiempo de las vacaciones. El Espíritu Santo nos dio cierta tregua, con la clara indicación de que Él respetaría esos días. Algunos de los estudiantes y maestros fueron a la ciudad de Bolívar y el Señor los acompañó. Cierto joven recibió un llamado para el ministerio como resultado de aquella visita.

Mientras tanto, yo esperaba en la Presencia del Señor a fin de conocer su voluntad con respecto a la reanudación de las clases. Él me habló indicando con claridad un orden completamente nuevo. Me dio una lista de materias que debían ser enseñadas, teniendo exclusivamente la Biblia como libro de texto y me dio los nombres de los maestros para cada una de las materias. También me hizo saber que el tiempo de clases se extendería de cuarenta y cinco minutos a dos horas, debiendo tener tres clases diarias; estas comenzarían con oración y se esperaría hasta que el Espíritu Santo indicara que había llegado el momento de exponer su Palabra.

A través de los meses que siguieron, Dios honró este orden y horario, ungiendo siempre al maestro responsable de la clase. Los mensajes vinieron cuando hubo corazones preparados para recibirlos. El espíritu de profecía fluía frecuentemente entre nosotros. Muchas veces el mensaje dado a través de profecía confirmaba el dado previamente por el ángel enviado de Dios que nos había visitado. Una joven, esposa de un misionero, nunca había enseñado en su vida y tenía mucho temor ante la perspectiva de hacerlo. Sólo tras larga persuasión accedió. Para nuestra sorpresa, cuando dió su primera clase y comenzó a ministrar, durante casi sesenta minutos el espíritu de profecía posó sobre ella, dando así la lección completamente de acuerdo con el tema de la materia que se le había asignado. Esto se repitió en cada una de sus clases.

Los días que siguieron se deslizaron rápidamente. Entre las muchas visiones, mensajes y diversas manifestaciones que tuvieron lugar durante todos aquellos meses, lo más importante fue la profunda intercesión experimentada. Nuestras mismas almas eran derramadas delante del Señor en un clamor originado en Él mismo. Así llegamos al mes de septiembre, cuando un viernes por la mañana, la Palabra del Señor vino directa y potente: «¡No lloréis más. El León de la Tribu de Judá ha prevalecido!». A esta declaración de victoria siguieron instrucciones y promesas sobre Argentina, acerca de las cosas maravillosas que Él haría.

Inmediatamente se operó un cambio notable, como si un gran peso hubiera caído de nuestros hombros. Un cántico de alabanza nació en cada corazón. Un gozo inexplicable descansaba como un manto sobre cada uno de los presentes. El sonido de la risa, al principio extraño a nuestros oídos después de tantos meses de llanto, se dejo oír. La santa risa de victoria y loor ocupó el lugar del lamento y el clamor. La alabanza vino tan espontáneamente como había venido la intercesión.

Dios se había manifestado en victoria aunque entendíamos muy poco en esos momentos. Sabíamos que todas esas semanas de intercesión no habían sido en vano. Sabíamos que Dios había completado su plan victoriosamente.

Descendiendo de las gloriosas alturas de su Presencia, a la tormentosa atmósfera del mundo exterior, oímos extrañas noticias. Una revolución había estallado en los ámbitos gubernamentales aunque fue rápidamente sofocada, pues sólo duró un día. Para nosotros era algo muy significativo; como si estas cosas confirmaran aquellas otras que Él nos había dicho acerca de su triunfo; como si una gran mano se hubiera extendido desde las alturas para sacudir el mismo asiento del gobierno argentino, física y espiritualmente.

Ese día el espíritu que gobernaba sobre Argentina había sido atado y su hombre fuerte conquistado. El León de la Tribu de Judá había prevalecido. Miguel había venido una vez más para librar batalla en favor de los hijos de Dios. El visitante angelical mencionó a Miguel, nuestro príncipe.

Jesús dijo: «¿Cómo puede alguno saquear la casa del hombre fuerte, si primero no lo ata? Y entonces podrá saquear sus bienes» (Mateo 12:29). Hasta aquel día, Argentina había estado bajo un terrible impedimento. El espíritu gobernante de este país actuó prácticamente sin estorbos. La obra de Dios era lastimosamente pequeña. Las congregaciones escasas y diseminadas, habían sido levantadas con gran sacrificio. Si una iglesia tenía unas pocas conversiones por año, se consideraba un éxito. Un milagro de sanidad o un bautismo en el Espíritu Santo, era tenido como un evento extraordinario. El príncipe de maldad no estaba atado. El hombre fuerte todavía poseía su casa y sus bienes.

Pero desde aquel día en adelante, el Señor comenzó a poner esperanza en nuestros corazones. Mensajes escritos u orales hablaban del avivamiento que estaba por venir junto a grandes bendiciones. En espíritu vimos multitudes oyendo y recibiendo la Palabra de Dios. Algunas visiones eran tremendas, al punto de dejarnos atónitos. El paralítico caminaba, el ciego veía, y muchos milagros tenían lugar. Dios iba a desatar un gran río de vida sobre este país. Otra visión revelaba la caída de una de las más poderosas mujeres de la historia del país, de tremenda influencia. Dios iba a intervenir, para atraer a esta nación hacia El, transformándola del paganismo imperante a la cristiandad, y de su idolatría a la adoración de un Jesús vivo.

Cuando las cosas que Dios había prometido comenzaron a ser conocidas por los demás, se burlaron. Al no estar preparados, muchos no pudieron creer las profecías y las rechazaron, no estaban dispuestos a recibir la Palabra de Dios. Fuerte y cruel oposición se levantó contra nuestro pequeño grupo. Algunos creyeron que le hacían un favor a Dios al rechazar y oponerse abiertamente. Otros fueron tan lejos con sus blasfemias que Dios tuvo que tratar severamente con ellos. Gran sufrimiento, dolor y muerte fue el resultado.

A pesar de la contrariedad, Dios continuó con su plan. Él no podía ser estorbado, las puertas del infierno no podían prevalecer. Hombres incrédulos y burladores no podían detener a Aquel que es poderoso para salvar.

Dios ha puesto armas espirituales en las manos de aquellos fieles hijos suyos que se atreven a usarlas: la espada del Señor, el escudo de la fe, la oración eficaz, la sangre del Cordero. Con éstas, el Conquistador, El León de la Tribu de Judá, se levanta para esparcir a sus enemigos. El poder de Su fuerza sería visto nuevamente en esta tierra.

Nosotros continuamos creyendo. Él nos había guiado y preparado durante dos años, hasta llegar el momento de ser incluidos en su plan victorioso, en el futuro avivamiento que conmovería a Argentina.

Todo esto no comenzó aquella mañana de junio cuando nuestro visitante apareció a Alejandro. Ese fue sólo uno de los pasos que nos llevó hacia sus propósitos.

No es nuestro fin delinear los comienzos, probablemente ni siquiera los conocemos todos; tampoco estamos tratando de dar gloria a los hombres. Muchos fueron los siervos de Dios que, en completa obediencia a Él, tuvieron su parte en los muchos acontecimientos que nos llevaron hasta aquellos días. Nuestro propósito es dar cronológicamente - en la medida que los conocemos - los sucesos que concluyeron con la intervención divina en un momento determinado de la historia de Argentina.

Así que...volvamos unos años hacia atrás.

 

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