LA LLAMA ARDIENTE

CAPITULO 6

 

LA LLAMA QUE ARDE

 

Qué gloriosos habían sido los días de reunión cuando el Señor curó decenas de miles de argentinos paganos, los cuales nunca habían oído nada acerca del viviente y poderoso Cristo resucitado. Qué hermoso era ver resurgir nuevas iglesias en Necochea, Lobería, Chaco y otros lugares, como resultado de las campañas de sanidad y liberación. Qué positivo había sido nuestro trabajo en Mar del Plata al fundar el Instituto y el Hogar de Niños.

Sin embargo, el Maestro y nosotros sus siervos, no nos sentíamos satisfechos, porque a pesar del gran fruto obtenido como resultado de una activa evangelización, de crearse iglesias pioneras, de tener un Instituto Bíblico y un Hogar para Niños huérfanos, no era éste el propósito final que Dios tenía en mente.

Entendimos que Él deseaba construir su Iglesia en Argentina, una Iglesia a su imagen y semejanza. Nuestro trabajo recién había comenzado, puesto que sentíamos la necesidad de preparar discípulos, tal como nos había pedido que hiciéramos. Necesitaba ministros que construyeran su Iglesia, formada por individuos que serían piedras vivas. Cada nuevo creyente debería ser llevado, individualmente, desde la experiencia de la conversión, a la intimidad de un caminar cercano, personal y diario con el Señor.

A medida que mirábamos con gozo sobre el gran número de gente nueva que había recibido los favores de Dios, tanto en sanidad como en la salvación, nuestros corazones eran desafiados, pero al mismo tiempo cargados, dado que nos dábamos cuenta que la gran misión aún permanecía; debíamos llevar a los nuevos a una íntima y personal relación con Dios. Nuestras nuevas iglesias estaban llenas de miembros que habían recibido un tremendo fluir del poder sanador del Señor y una experiencia inicial de conversión. Sin embargo, el fluir de la gracia del Señor que lleva al alma contrita a los pies de su Maestro, no estaba. ¿Dónde estaba el fluir de su presencia que lleva al hombre a la convicción de pecado y le muestra su necesidad de un Salvador para remitirlos? Dios se había manifestado a sí mismo como el Sanador, pero el «Jesús que vino a salvar a su pueblo de sus pecados», todavía no era conocido.

 

 

EL BOSQUE DEL SUR

 

A través del profeta Ezequiel Dios había dicho al Bosque del Sur: «He aquí que yo enciendo en ti un fuego, el cual consumirá en ti todo árbol seco; no se apagará la llama de fuego; y serán quemados en ella todos los rostros, desde el sur hasta el norte. Y verá toda carne que yo Jehová lo encendí; no se apagará».

El Dios que prometió encender una llama de fuego en sus ministros, también prometió encender un fuego en el Bosque del Sur, cuya ardiente llama ardería en los corazones de cada árbol viviente, encendiendo en ellos fulgurantes intensidades de amor, adoración y devoción, deseo de servirle y amar al prójimo. Él también prometió encender una llama cuyo fuego devorador quemaría y consumiría la carnalidad, la fortaleza humana, el diablo y todo lo escondido en los árboles hasta transformarlos a la imagen de Uno que es Fuego Consumidor.

Había muchos árboles vivientes en el gran Bosque del Sur, y Dios anhelaba profundamente encenderlos con su presencia, de manera que pudieran brillar con la gloria de ese fuego viviente que no se consume. Sí, el corazón de Dios anhelaba que la llama ardiera y quemara sus árboles.

Como ministros de su Iglesia en Argentina, comenzamos a orar para que Él encendiera este fuego. Por muchos años subieron hacia el trono de gracia, en el Lugar Santo, oraciones por una purificación de su pueblo. Aproximadamente durante diez años nuestro clamor fue: «Señor, tú has prometido enviar tu Fuego. Tu dijiste en City Bell que vendrías con fuegos purificadores en tus manos para quemar las impurezas, y tu Palabra dice que encenderás un fuego en la tierra del sur el cual no será apagado. Señor...envíalo».

En su gran fidelidad, durante esos diez años de oración, Él siempre envió su fuego en llamas aisladas, como una confirmación o promesa para nosotros. Nuestro corazones fueron animados y el ardor de nuestros clamores ante Él se fueron haciendo cada vez más fervientes.

 

 

HAZME TU SIERVO

 

Las llamas de Dios comenzaron a quemar en el corazón de Alejandro, el rebelde cabecilla de jóvenes borrachos y mundanos de Clotilde, Chaco. Esto ocurrió la noche cuando llegó a la iglesia para burlarse y reírse durante el culto. Mientras estaba de pie en la parte de atrás de la iglesia, el Espíritu del Señor, como fuego ardiente comenzó a llenar su corazón. Corriendo hacia afuera se tiró a los pies del Señor, en profundo arrepentimiento. Confesando sus pecados y pidiendo perdón, encontró salvación y se convirtió en un hijo del Altísimo.

Inmediatamente después, comenzó a buscar al Señor noche tras noche, en la solitaria oscuridad de los bosques que rodeaban su casa en el Chaco. Algunos meses después, mientras buscaba al Señor en las praderas que rodeaban el Instituto Bíblico de City Bell, se le apareció un ángel. Como resultado de esta experiencia, recibió los dones del Espíritu Santo: profecías, interpretación de lenguas y sabiduría espiritual. Dios lo había marcado como uno de sus vasos elegidos.

Sin embargo, los dones del Espíritu Santo -por más espectaculares que sean- no pueden sustituir la santificación del espíritu, alma y cuerpo, es decir, de todo el ser, la cual Dios requiere. Los dones del Espíritu Santo son temporarios; ellos pasarán. Pero los frutos del Espíritu son eternos; permanecerán para siempre.

Desafortunadamente, habiendo recibido abundantes dones y operaciones de Dios en su vida, Alejandro, sin embargo, descuido lo más importante, que es de valor eterno. Consideró a los dones como suficientes y no vio su propia necesidad personal de aprender la práctica lección de profundidad, quebrantamiento interior, sujeción, obediencia, y sumisión a Su voluntad y deseos.

Por esta causa, se produjo un gran debilitamiento, una puerta abierta a través de la cual el enemigo y el mundo pudieron entrar y tomar posesión del siervo de Dios. Como resultado de esto, aproximadamente seis años, él caminó a través de la vida probando ministerios, caídas en desesperación, oscuros desánimos y fracasos. Incluso trató de dejar el camino del Señor, tratando de escapar de Él, pero descubrió que no podía alejarse del Omnipresente. Se arrepintió; luego cayó y su vida espiritual experimentó fluctuaciones extremas. A pesar de que trató de volver a la presencia del Señor, e intentó servirlo en niveles más bajos, era todavía un tiempo de derrota espiritual, pesar, oscuridad, desesperación, temores y separación de la presencia real del Señor. Alejandro continuaba hundiéndose, aparentemente incapaz de encontrar el camino de regreso a Dios.

Finalmente, abandonando todo, regresó a su hogar en Chaco y se empleó como vendedor de implementos agrícolas, profundamente desanimado y convencido de que había perdido para siempre el llamado de Dios.

Pero un día, un misionero visitó su iglesia en el Chaco. Alejandro se encontraba allí, puesto que su padre era pastor. El Espíritu de profecía vino sobre el misionero (quien no conocía a Alejandro), y sus palabras proféticas se convirtieron en palabras restauradoras, de fe y poder. Su corazón comenzó a ser lleno con nuevas esperanzas, visión y propósitos y también el dominio del enemigo en su vida fue roto. Alejandro volvió a la presencia del Señor. Tiempo después, en Peniel, en profunda y abierta confesión se arrepintió de las cosas que lo habían limitado. Habló del orgullo que lo había inundado debido a los dones que el Espíritu Santo le había dado, haciéndolo sentir que estaba en un lugar superior a los otros. Habló de sus rebeliones y sus temores. Y a medida que el lo hacía, en profundo quebrantamiento, las fortalezas aún restantes, fueron derribadas. La puerta de entrada a través de la cual había penetrado el enemigo, fue cerrada, no hallando más cabida en él. El fuego devorador ardía en su vida.

Hoy, el nombre de Alejandro está inscripto en la lista de los «hombres de Dios» en esta tierra. Caminando en la victoria de la continua presencia del Señor, junto a su esposa y tres niños en edad escolar, está ejerciendo un liderazgo espiritual. Está pastoreando una gran iglesia que nació bajo el ministerio de Clifford Long.

 

 

LA HIJA DE DAVID

 

Las llamas del fuego del Señor comenzaron a arder en el corazón de Nadia, una joven de 16 años, cuando sintió el llamado para ir como estudiante a Peniel. Debido a que su iglesia, sus padres y parientes se oponían en gran manera, tuvo que salir de su casa.

En Peniel, Nadia (cuyo nombre significa esperanza), mostró un espíritu quebrantado y unción sobre su vida, aunque siempre entraba en uno u otro problema debido a su obstinación y carácter fuerte. Afortunadamente, como David, ella era «una buena penitente». Después de tres años de preparación, llegó a ser cocinera del Instituto y demostró ser excelente en esa tarea. Pero debido a ese carácter difícil y sus habilidades para dirigir, resulto ser más un sargento, que una obrera efectiva. No sólo demostró gran eficiencia en la cocina, sino también en hacerse de enemigos, y su relación con los estudiantes empeoraron hasta que, un día, fue necesario llamar a todos a fin de conversar sobre el asunto.

Cada uno dio su opinión acerca de lo que estaba mal. El resultado fue un cien por ciento de votos en contra de Nadia, quien sentada en silencio, escuchaba a medida que uno y otro de sus amigos, estudiantes y compañeros de tareas, emitían sus críticas y rechazos. Cuando llegó el momento de defenderse, se puso de pie y llorando como buena hija de David, dijo: «Todo es verdad. Por favor oren por mí para que el Señor me cambie». Todos se sintieron desarmados y no pudieron decir nada más. Entre sollozos y orando con más intensidad, Nadia continuó trabajando como cocinera. El Maestro Alfarero estaba tomando tiempo para formar este pequeño vaso en la rueda de su proceso.

Nuevamente, sobrevino otra crisis cuando nosotros viajamos a la Patagonia para ministrar en el sur de Argentina. Cuando regresamos, encontramos a Nadia otra vez en un gran problema. La misma vena de tozudez se había manifestado otra vez revelándose en contra de los reglamentos del Instituto. Imperaba un pedido unánime: «Manden a Nadia a su casa». A pesar del hecho de que todos los obreros y los estudiantes estaban indignados por su comportamiento, cuando consulte a Dios acerca de que hacer con ella, Él me dijo: «No hagas nada». Por lo tanto, no hice nada.

Posteriormente, en lugar de despedirla, le di mayores responsabilidades. Después de algunos días, la Hija de David se rindió a la dulce influencia del Espíritu y volvió a la comunión con Él, en profundo quebrantamiento y arrepentimiento como lo había hecho antes. Unos seis meses más tarde, traje a la memoria el motivo de esta rebelión y le pregunté qué era lo que esperaba que yo hiciese. Me respondió:

- Esperaba que Ud. me enviara a casa.

- Y ¿qué pensaste cuando no te mande a tu casa, pero te agregué responsabilidades? - inquirí.

- Pensé que Ud. no estaba bien de la cabeza - contestó -. Yo ya tenía mis maletas preparadas, lista para irme.

El Maestro Alfarero siguió trabajando con Nadia dentro de los designios de su elección. Mientras continuaba el proceso en su vida, el Señor estaba también obrando en su familia, la cual, tan activamente, se había opuesto a su venida a Peniel. Nadia como pionera, encendió una nueva brecha de victoria y crecimiento; su familia siguió la misma senda. Un hermano y una hermana llegaron a ser pastores y están trabajando para el Señor.

Junto a su esposo Pablo e hijos, Nadia pastorea una iglesia de Tucumán, rodeada de gente nueva en el Señor, a los cuales les está enseñando a ser verdaderos hijos e hijas de David.

 

 

LA TORMENTOSA SIMONA

 

Una semana o dos antes de mi viaje previsto para un descanso en los E.E.U.U., el director interino de Peniel, Alejandro, ahora caminando en la victoria del Señor, vino a hablarme de Elvira, quien, pasando por un tiempo de gran rebelión y desánimo, planeaba abandonar el Instituto al día siguiente.

- Ud. me tiene que ayudar» - dijo -. No sé que hacer con ella. Discutimos el problema por un rato, y luego le pregunté enfáticamente:

- ¿Qué te parece que deberíamos hacer?

- Disciplinarla.

- ¿Te parece que responderá a la disciplina? ¿Has visto alguna vez que la disciplina saque a alguien de esa condición?

- He hecho todo lo que he podido para ayudarla y no ha pasado nada. ¡No sé qué más hacer! - contestó Alejandro.

- ¿Has hecho todo? - pregunté -. ¿Has orado y obtenido el sostén de Dios para ella?

En forma pensativa me contesto:

- Sí, he orado por ella, pero no ha sucedido nada.

- Alex, ¿tú piensas que Dios nos envió a Elvira y que la unción del Espíritu Santo está sobre su vida? ¿Estás convencido de que el Señor la ha llamado para servirlo?, pregunté.

- Sí - fue su respuesta.

- Bueno - concluí-, sí todo esto es verdad, entonces es mejor que no la perdamos.

El meneó la cabeza, recordando la tormentosa Elvira - una hermana de Simón - con sus maletas empacadas, esperando por el dinero de su pasaje para regresar a su hogar.

- Escucha - le dije -, Dios desea enseñarte una lección valiosa a través de lo que está sucediendo con ella. Esta noche, sin duda, la verás recorriendo el camino hacia el Calvario.

Y con esas palabras lo dejé para encerrarme con Dios a pelear la batalla a través de la oración.

Cuando termine de orar, fui a Elvira para insistirle que fuera a la reunión de esa noche en la Capilla. Ella aceptó de muy mala gana.

Tomando mi acordeón y empezando a tocar, me pregunté cómo comenzar la reunión. «¿Crees?», vino aquella quieta voz interior, «entonces comienza una marcha de victoria». ¿Una marcha en victoria? No viendo victoria alguna en esa atmósfera fría y muerta, volví mis ojos a Elvira quien estaba sentada allí, depresiva, llena de rabia y resistente como las paredes de Jericó. Con poco entusiasmo, los estudiantes comenzaron a marchar y cantar en obediencia. Cuando pregunté qué hacer luego, la misma voz, suavemente dijo: «Alaben al Señor durante la danza». «Pero Señor, ¿cómo puedo yo alabarte en la danza si estoy sentado con mi acordeón?»

En ese momento, Cathy, la hija de una misionera conservadora, quien todavía no había recibido la plenitud del Espíritu Santo, comenzó a danzar. Al poco tiempo, la unción del espíritu de la danza descendió sobre ella, y de pronto, ante los ojos atónitos de su madre, la cual nunca antes había visto a su hija bailando, dio un grito y pegó un salto y se fue al medio del salón danzando y alabando al Señor con todas sus fuerzas, como una verdadera hija de Miriam. De esta manera, también el espíritu de alabanza cayó sobre todo el grupo y comenzaron a alabar al Señor de todo corazón.

Después de alabar al Señor por un tiempo en la danza, la joven, con sus ojos cerrados y lágrimas fluyendo por sus mejillas, se acercó a Elvira y deslizando un brazo alrededor de su cuello, la levantó con el otro brazo como si fuera una muñeca de trapo. No muy consciente de lo que estaba haciendo, comenzó a bailar con ella. La joven enojada, ahora mortificada y mostrando en su cara la rabia y el desafío, trato de liberarse, pero la mano de hierro del amor de Dios estaba alrededor de su cuello a través de la pequeña Cathy. Elvira no pudo aguantar más. Con profundos gritos de arrepentimiento y lágrimas fluyendo libremente por su rostro, se unió a Cathy en el mismo espíritu de adoración. Antes de concluida la reunión, ambas jóvenes estaban saltando y alabando y declarando acerca de la misericordia del Señor.

En la vida de Elvira, las paredes de la fortaleza de rebelión cayeron a medida que Dios continuaba su glorioso proceso de restauración.

Hoy, Elvira esta casada con Fred, otro ex-estudiante, y juntos están a cargo de una iglesia.

 

 

LA JOVEN DEL «O.K. PASTOR»

 

En enero de 1962, las llamas de su presencia, comenzaron a arder en la vida de Irene, una maestra de escuela dominical de una iglesia metodista de Buenos Aires.

Era una hermosa tarde de verano, cuando Irene apareció sin previo anuncio en Peniel, diciendo: «El padre de uno de mis alumnos de mis clases diurnas, que es pastor, me dijo que podría encontrar a Dios en Peniel, por eso vine. ¿Me puede mostrar el camino?»

A pesar de que Irene había sido criada en una iglesia y en un hogar cristiano, estaba llena de dudas y preguntas acerca del amor de Dios, de su existencia y la realidad de su presencia. Cuando se enfrentó con abundante propaganda comunista, durante su período de aprendizaje en el magisterio, trato de rehusar esas doctrinas con argumentos racionales. No pudiendo convencer a sus oponentes, comenzó a dudar seriamente de su posición y cuestionó su propia fe. Confusiones, ansiedades, incertidumbres y preguntas, la preocupaban mucho. Además, sufría de una enfermedad que los médicos no podían diagnosticar.

Un día, mientras asistía a un campamento de verano, estaba observando algunos caballos apacentando en las laderas de unas colinas. «¡Qué hermoso sería mirar todo esto a través de los ojos de una verdadera cristiana», pensó. Completamente sorprendida de encontrarse con este pensamiento acerca de Dios, desde su corazón elevó una silenciosa, pero intensa plegaria: «Si realmente existe un Dios de las colinas, del ganado, de los hombres... por favor manifiéstate. No sé dónde te encontraré y tampoco sé si existes. Pero si es así, por favor, revélate a mí». En respuesta a su inquietud, Dios la dirigió hacia Peniel. «¿Que buscas?», le pregunté, cuando ella me comentó que había venido porque deseaba conocer a Dios. Posiblemente lo que realmente deseaba era conocer acerca de Dios y sus obras, pensé; o quizás necesitaba salvación o el bautismo del Espíritu Santo. Mientras seguía hablando, insistía en que lo que realmente deseaba era conocer si Dios existía... y, de ser así, deseaba conocerlo.

«En ese caso», le repliqué, «el único camino - el camino angosto que conduce al conocimiento de Dios - es tomar la Biblia como la verdadera Palabra de Dios y aceptarla como la única guía en los caminos divinos, sin argüir. Debes obedecer esa Palabra, en una forma incondicional, a medida que Dios se revela a ti. En segundo lugar, debes reconocer a Dios como tu dueño absoluto y renunciar a todos tus derechos, a fin de ordenar y controlar las diferentes áreas de tu vida. En otras palabras, Dios requiere una completa sumisión a Él».

Después de una cuidadosa consideración, ella dijo espontáneamente: «O.K. pastor, si este es el único camino para conocer a Dios, no tengo otra alternativa que tomarlo. Lo tomaré».

Así que con las palabras «O.K. pastor», Irene dio los primeros pasos de sumisión a Dios en una fe simple, sin sentir nada, dado que su deseo de encontrar y conocer a Dios era muy grande.

Unos días más tarde, ella mencionó que el viernes siguiente dejaría Peniel para regresar a su casa en Buenos Aires. Yo sonreí y dije: «Es como te dije, tú no deseas verdaderamente conocer a Dios».

Mi aseveración la tomó por sorpresa, por lo tanto proseguí: «Tú dijiste, O.K. pastor, tomaré el camino de la obediencia», y ahora me estás diciendo que has decidido regresar a tu casa. ¿Le has preguntado a Aquel quien ahora es tu Señor y Maestro, si desea que regreses a Buenos Aires ahora, o si deberías quedarte?» En ese momento la realidad de lo que significa haber aceptado a Cristo como su dueño, vino a ella. Ya no pertenecía más a sí misma, y con cada una de sus pisadas debería rendir su voluntad y aceptar la de Él. Con cada paso, su corazón debería decir: «sea hecha tu voluntad, no la mía». Era como que Irene había muerto y, ahora, Cristo vivía dentro de ella controlando todo su ser. Comprendió que era un llamado a morir, a crucificar su ser junto con Cristo y luego resucitar con Él, permitiendo a Dios vivir su vida a través de ella.

Su respuesta fue decisiva: «O.K. pastor, creo que el Señor desea que me quede». Esa decisión derivó en la perdida de sus vacaciones pagadas, cancelar su contrato de trabajo para el próximo año, dejar su hogar, padre y madre, abandonando sus planes de ingresar a la universidad y comenzar a prepararse para el ministerio.

Cuando Irene asistió al primer culto en nuestra capilla, descubrió que la adoración y las oraciones en Peniel eran muy diferentes de lo que ella conocía. Algunos jóvenes oraban con sus manos levantadas, otros alababan suavemente mientras que otros cantaban en voz alta melodías al Señor que ella no entendía. Algunos lloraban y otros se regocijaban. Todos estaban orando y nadie se fijaba lo que el otro hacía. «En nuestra iglesia metodista no alabamos de esta manera», pensó. «Qué ruidosos son. En mi iglesia no se ora así».

Prestamente se dirigió a nuestro living requiriendo explicaciones escriturales de lo que cada uno estaba haciendo; no resultó difícil dárselas. «Quiero que los hombres dondequiera que estén, oren, elevando manos santificadas...», «eleva tus manos al santuario y bendice al Señor». Irene buscó las Escrituras por sí misma. El siguiente culto, observamos que ella también estaba levantando sus manos en el santuario.

«¿Por qué la gente aplaude y ora en voz alta?», preguntó. Le contesté de acuerdo a los Salmos: «Aplauda todo el pueblo; eleva en triunfo tu voz a Dios». Esta explicación escritural pareció satisfacerla, y en el siguiente culto, se unió al resto del pueblo en expresiones audibles de alabanza.

Después de observar a los jóvenes llorando mientras oraban, preguntó por qué lo hacían. Mi respuesta nuevamente fue sacada de su Palabra: «Derrama tu corazón ante Él». Corroborando que el derramar lágrimas estaba incluido en la Palabra de Dios, ella acepto, y habiendo tomado la irrevocable resolución de caminar en el sendero del discipulado, se sentía con deseos de hacer todo lo que las Escrituras enseñan. «O.K. pastor», fue su única respuesta.

Mientras tanto, observaba cuidadosamente la conducta de los jóvenes fuera del tiempo de oración. Notaba que había algo diferente en ellos, algo que ella aún no poseía. Cuando surgía alguna diferencia entre ellos, pronto se arrepentían y arreglaban sus problemas. Si eran reprendidos por algo, se humillaban y buscaban corregir sus actitudes o hechos, y comenzaban a cantar y alabar nuevamente.

Sintió que el amor de Dios debía manifestarse siempre entre su pueblo, y buscó esta manifestación entre los jóvenes, y la encontró.

Un día, oyó a los jóvenes pidiendo más de la presencia del Señor en sus vidas, y se preguntó: «¿Por qué oran por más de su presencia si ellos tienen más de ese amor de lo que yo tengo en mi vida...» Aún continuó buscando al Señor más diligentemente a través de la oración y de la Palabra, esperando expectante ante Él.

 

 

EN LA OSCURIDAD DEL DORMITORIO

 

Unas semanas después de la llegada de Irene, cierta noche, las chicas decidieron tener un momento de oración por su cuenta, sin encender las luces del dormitorio. En poco tiempo, todas estaban orando en un tono elevado, e Irene, al no poder orar con tanto ruido, decidió seguir la oración de la chica de la cama próxima a la suya.

En ese momento, Elvira llegó y se arrodilló a su lado, y deslizando su brazo alrededor de sus hombros, le dijo: «Te amo». Para Irene fue la voz de Dios hablándole - el Dios que le había parecido tan lejano e inaccesible. ¡Dios le estaba diciendo que la amaba! Esta palabra produjo en su corazón lo que sólo la voz de Dios puede producir: se derritió a sus pies y despertó una sed en ella aún más intensa. Ésta, que antes no tenía emociones, estaba transformada y hasta lloraba.

Viendo sus lágrimas, las otras jóvenes decidieron ayudarla para que recibiera el bautismo del Espíritu Santo - del cual Irene conocía muy poco. Por lo tanto, se acercaron y comenzaron a orar por ella. Asiéndola y zarandeándola, le aconsejaban que dijera «aleluya», que elevara sus manos, que alabara al Señor. «Haz esto y haz lo otro». En el entusiasmo de ayudarla, cada una le ofrecía diferentes sugerencias, pero esa variedad de ideas sólo sirvieron para confundirla aún más. «¿No era el bautismo del Espíritu Santo sólo para los días de los apóstoles? Y si es para hoy, ¿no se recibe al ser salvo?» Por lo tanto, como su mente estaba llena de doctrinas, ella no era la candidata mas adecuada para recibirlo.

De pronto, una joven sentada a los pies de su cama grito al sentir la presencia del Señor. Seguramente nos hemos equivocado, pensaron las jóvenes, y estamos orando por la persona que no es la indicada. Entonces se unieron para orar por otra joven.

Cuando mi esposa subió para comprobar el motivo del bullicio en la oscuridad del dormitorio, encontró un grupo de jóvenes orando entusiastamente y a la nueva joven metodista sentada en su cama, aterrorizada, perpleja y preguntándose qué era lo que estaba sucediendo.

Después de otra larga sesión de consulta, y muchas horas de búsqueda a través del libro de los Hechos, Irene tuvo el conocimiento de cual sería el siguiente escalón para que su comunión con el Señor pudiera crecer: necesitaba ser bautizada con el Espíritu Santo. Ya ninguna doctrina formal la confundiría, porque ella encontró una nueva experiencia, tal como enseñaba la Palabra. Una voz interior, quieta, decía: «Todavía no lo tienes, más yo deseo dártelo».

Poco tiempo después, mientras un hermano bautista explicaba la experiencia de recibir el Espíritu Santo, Irene descubrió que se sentía temerosa de recibirlo por pensar, erróneamente, que Dios tomaría su cuerpo y la haría correr o saltar o hacer otras cosas igualmente escandalosas. ¿No demandaría Dios rendir a Él nuestros cuerpos? Quién sabe lo que Él podría hacer con él, pensaba ella.

Dejando a un lado sus prejuicios, en cuanto a hacer algo escandaloso en público, esa noche trató de entender cuidadosamente lo que el Señor deseaba que hiciera en la reunión: ya sea levantar sus brazos, arrodillarse, alabar u orar. Realmente no le importaba lo que los demás pensaran, lo más importante era ser obediente al Señor, su dueño. Su mente - ahora llena de las técnicas de «cómo recibir» - no le permitieron relajarse en fe, de tal manera que Él pudiera llenarla. Cuando los ministros oraron por aquellos que deseaban recibirlo, Irene que sólo hablaba castellano, sintió un calor tibio y se encontró pronunciando algunos sonidos semejantes al idioma inglés. Pero como había estudiado algo de inglés en la escuela secundaria, dejó de hablar y se convenció de que su subconsciente la estaba traicionando. Por lo tanto, prosiguió la búsqueda, pensando que no había pasado nada.

Cuando el próximo domingo se sirvió la Cena del Señor, Irene fue al culto, por primera vez sin sentir ninguna indicación específica de parte del Señor acerca de pararse, levantar sus manos, arrodillarse o buscar el bautismo. Se sintió más bien relajada. Este dulce descanso sobrevenía después de la batalla de las semanas anteriores, cuando ella buscó diligentemente ser llenada. Sentada quietamente en su silla, comenzó a alabar al Señor, tan suavemente que nadie podía escucharla.

Cuando participó de la copa, nuevamente sintió la misma tibieza. Agradeciendo al Señor por ella, comenzó a pronunciar palabras en inglés, pero esta vez no pensó que era su propia mente, sino que las dejó fluir libremente. Segundos más tarde, ya no hablaba palabras separadas, sino sílabas separadas y compuestas. Completamente consciente de lo que estaba diciendo, no sentía la más mínima emoción, parecía como si estuviera observándose desde afuera.

Cuando la reunión terminó, fue a su habitación, se tiró sobre su cama y continuó articulando sílabas, como si estuviera contemplando lo que ocurría adentro suyo. Posteriormente ya no pronunciaba sílabas, sino palabras en otro lenguaje que ella nunca había escuchado. Ya no tenía duda de que, realmente, había recibido el bautismo del Espíritu Santo.

Todo sucedió en forma distinta de lo que ella pensaba y temía: sin escándalo, sin saltar, sin correr, sin emociones. Parecía que su lengua era llevada por una extraña fuerza exterior, rindiendo sus cuerdas vocales y comenzando a hablar ese lenguaje desconocido, pudiendo pararlo cuando ella lo quisiera. ¡Qué hermoso era... y qué diferente de lo que había pensado!

 

 

PROGRESO RÁPIDO

 

El espontáneo «O.K. pastor» de Irene, trajo como consecuencia un rápido progreso en el camino que conduce al conocimiento de Dios. Después que le enseñe lo que el Señor demandaba de ella en su Palabra, todo su corazón estaba dispuesto a obedecer sus mandamientos, si fuese necesario en fría obediencia. Su constancia en proseguir y no retroceder una vez que una decisión fue tomada, fue la causante de su rápido progreso en el camino que la guiaba al conocimiento de Dios.

Antes de tomar una decisión importante, en una oportunidad en que se desencadenó una violenta batalla dentro de su corazón entre su voluntad y la voluntad del Señor, observó que, a medida que ordenaba cada parte de su ser para dejar de resistir la voluntad de Dios, y al mismo tiempo confesaba su voluntad, la propia desaparecía y sólo la de Él llenaba todo su ser. Él producía en ella tanto el querer como el hacer, de tal manera que terminaba haciendo Su voluntad. Luego, ambas voluntades eran una.

A medida que buscaba al Señor, y en fe obedecía sus demandas como lo enseñan las Sagradas Escrituras, descubrió que todas sus tensiones comenzaban a ceder. La serenidad y quietud interior que necesitaba, comenzaron a llenar profundamente su corazón. Encontró la Biblia plena de significado y descubrió que, leerla, era un verdadero placer. Por primera vez en toda su vida cristiana, escuchó los mensajes sin tener que concentrarse. Parecía que torrentes de luz habían entrado en la oscuridad de su entendimiento y las Escrituras, ahora, eran claras para ella. Todos los síntomas físicos de su enfermedad desaparecieron; el Señor la había sanado.

Se gozaba en la dulce comunión de la obediencia, de tal manera que la paz y el gozo del Señor llenaban su corazón. Descubrió que Dios tenía un propósito eterno para su vida, y éste no debía ser rechazado por el hecho de buscar sus propios deseos y propósitos. Era real, cada uno podía aprender a caminar con el Señor.

Cuando sus padres la visitaron, a fin de descubrir lo que había acontecido y la razón de su renuncia a todo, encontraron a su hija tan llena de fe y gozo que no pudieron decir nada, porque eran metodistas temerosos de Dios y, aunque ellos no entendían lo que estaba pasando con Irene, respetaron la palabra de Dios en su corazón y no ofrecieron oposición alguna en cuanto al hecho de quedarse como estudiante en Peniel.

 

 

UNA NUEVA OBEDIENCIA

 

Durante nuestras conferencias regulares de marzo, llevadas a cabo dos meses después de la llegada de Irene, el Señor comenzó a hacer un trabajo de limpieza en los corazones de su pueblo. Estudiantes, visitantes y pastores eran quebrantados, a medida que descubrían la santidad de Dios. Uno tras otro confesaban sus faltas y, llorando con convicción, pedían a otros que oraran por ellos.

Se llevaron a cabo varios encuentros y, a pesar de que Irene reconoció que ese tiempo de quebrantamiento y confesión era de Dios, ella, sin embargo, se sentía como una observadora y no como una participante. De todos modos el Espíritu Santo no la llevó al arrepentimiento. Parecía como si hubiera algo dormido en ella que necesitaba ser despertado por el Señor para poder experimentar ese quebrantamiento y convicción.

Cuando sugerí que diera su testimonio en un culto, para ella significó una «fría obediencia» que el Señor le demandaba. Dar un testimonio durante esos cultos de arrepentimiento, le pareció a su mente natural como algo completamente fuera de lugar. Pero habiendo aprendido que, a medida que tomaba pequeños pasos de obediencia hacia Él, el Señor daba pasos agigantados para atraer su vida a Él; ella obedeció y dio un testimonio completo acerca de la obra de Dios en su vida.

Después de esta obediencia, Dios obró en esa área que parecía estar dormida y su Espíritu trajo convicción a su alma, como lo hiciera con los demás. En los días siguientes, el Señor reveló a su corazón motivos indignos y le mostró que la confesión conduce a la limpieza. Por esta razón, comenzó a asistir a las reuniones deseosa de confesar. Experimentó paz, gozo, limpieza, perdón y comunión a medida que abría su corazón a Él y hacia otros.

Cuando finalizó la conferencia, hablando con los estudiantes, ella dijo: «Por primera vez en mi vida soy verdadera y completamente feliz». Deteniéndose un momento para meditar sobre lo que acababa de decir y mirando introspectivamente su corazón, corroboró la certeza de sus palabras: no había tensiones, temores, dudas o incertidumbres. No había remordimiento por pecados no confesados y no perdonados. Sólo había paz y un corazón lleno del gozo de su gloria.

El camino de la simple obediencia a las palabras vivas del Señor - con emociones o sin ellas - la habían llevado a una íntima relación con Dios; estaba comenzando a conocerlo. Cada paso que tomó en obediencia a Dios, como su Maestro y Dueño absoluto, la habían acercado más a Él.

Hoy, Irene y su esposo, el misionero Pablo, son pastores de una iglesia en la ciudad de Asunción del Paraguay. La primera obediencia que fue consecuentemente seguida por muchas otras, la condujo dentro de la perfecta voluntad de Dios para su vida y ministerio.

 

UN ARDER CONTINUO

 

A medida que la llama divina quemaba en estas antorchas vivientes, iluminaron e inspiraban a otros a buscar el fuego de Dios para sus vidas. De esta manera, Dios separó e inflamó a otros árboles vivientes en el Bosque del Sur, quemando desde las profundas raíces, hasta las más elevadas ramas. Dios transformó hombres y mujeres jóvenes en hijos e hijas de fuego, quienes son una positiva y poderosa influencia para su Reino, quienes ministran al Señor en amor, adoración y devoción; lo hacen con unción y compasión, porque el fuego de su presencia inflamó sus vidas.

El fuego, es la única fuente de poder y luz conocida por el hombre; por lo tanto, el fuego de Dios puede encender el amor en una pasión, cuyas llamas consumen la carne y traen vida, luz y poder. De esta manera, es como ellos se convirtieron en ardorosas antorchas - árboles vivientes del Bosque del Sur - en los cuales la luz y gloria de la divina llama continua quemando.

 

EL SOPLO DEL VIENTO

 

En 1968 el viento de Su presencia comenzó a soplar con gran vehemencia sobre el fuego que ya había encendido en el Bosque del Sur, y otros árboles vivientes empezaron a arder; Mimí, Annie, Lilián, Ester, Horacio, María, Elizabeth y otros, cuyas historias deseamos compartir con ustedes en otra oportunidad.

La «ola de poder» prometida por Dios, fue un fuego que comenzó a quemar en Mendoza, City Bell y Buenos Aires; luego en Necochea, Lobería, Chaco y Mar del Plata. A medida que el viento de su presencia las aventaba, esas llamas se expandían hacia Quilmes, Córdoba, Tucumán, llegando hasta la gran metrópolis, Buenos Aires, donde carbones y ascuas eran encendidas en nuevas vidas.

El expander de este fuego dio origen a nuevas iglesias, la apertura de otros «Penieles» y Casas Bíblicas y el establecimiento de congregaciones.

A medida que los creyentes comenzaron a contemplar a Jesús - cuyos ojos son como llama de fuego -, conocieron lo que es ser contritos por sus pecados, la confesión, el arrepentimiento, la limpieza, y consecuentemente ser transformados. Rebeliones, envidias, odios, resentimientos, egoísmos, codicias de la carne y muchas otras cosas que no son agradables a Él, eran reveladas a medida que la luz divina penetraba en las profundidades del alma. La luz del fuego del cielo reveló cosas escondidas, enterradas, olvidadas, que después de ser quemadas traían limpieza y sanidad, mientras que la sangre divina limpiaba «a los pecadores de Sion».

El gozo llenó corazones que, en respuesta, elevaban cánticos. La fe acalló mentes con sus razonamientos y las llenó con la palabra de Dios. Espíritus trabajados encontraron descanso y paz. El amor divino fluyó en corazones sin amor y, también, a través de ellos a otros. El fuego de su presencia divina consumía la hojarasca de los árboles vivientes de la Tierra del Sur, encendiendo una llama que, no sólo purificaba e inflamaba, sino que también quemaba barreras y se derramaba dentro de las paredes interiores del hombre y producía en esos árboles vivientes intenso amor y devoción, adoración servicio, sumisión y sacrificio.

Desde las alturas del santuario, donde mora el Fuego Consumidor, el Padre oyó los clamores de sus pequeños en la tierra. El fuego divino se acercó al vasto Bosque del Sur, y su llama ardiente y devoradora comenzó a purificar a su pueblo... esta LLAMA ARDIENTE no será extinguida.

Pero, «¿quién entre nosotros podrá morar con el fuego consumidor? ¿Quién podrá morar con el fuego eterno?», clamó el profeta Isaías; luego, contestó en la certeza de la palabra del Señor... «el que camine y hable rectamente».

 

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