LA LLAMA ARDIENTE

CAPITULO 4

 

EL LUGAR DE SU PRESENCIA

 

«Ud. tiene que ayudarme; estoy al final de mi camino y ya no puedo seguir más», exclamaba con vehemencia el joven desesperado desde el momento que traspasaba el umbral de nuestra casa de Mar del Plata. Su hogar y su matrimonio tambaleaban hacia el abismo de la desintegración; dominado por la bebida, hundido en las deudas, sin poder conservar un trabajo; lleno de frustración, amargura, rebelión y odio; el hijo apóstata de un pastor había llegado al final de sí mismo.

De chico, Wence había sido criado por su madre en terrible pobreza en una pequeña choza en la tierra primitiva del Paraguay. Descalzo y vestido con harapos, sobreviviendo a base de una magra dieta de pan, raíz de mandioca y frutos salvajes, compartió la modesta choza con su madre, hermanos y hermanas.

La vida lo había llevado a esta lucha por la existencia desde el día que el pecado había apartado a la familia de la presencia protectora y el sostén económico del padre. Culpando a Dios por este injusto trato, (o por lo menos así lo consideraba Wence), el joven se alejó de Él. Ardientes llamas de resentimiento y auto-lastima comenzaron a arder en su corazón. Amargamente, determinó superar las circunstancias que lo condujeron a esta existencia miserable. Había pocas oportunidades para progresar en Paraguay, por lo tanto, después de su matrimonio con una encantadora joven cristiana, se trasladó a Argentina para seguir estudiando y, además, trabajar para mantener a su familia. Muchos meses de aplicación y estudio sacrificado, se preparó para lograr una mejor posición. Pero debido al orgullo, amargura, alto desprecio por el humilde lugar y odio por sus hermanos, aún su trabajo diligente y aplicación en el estudio cesaron de ser aportes positivos. Amargado contra el mundo y contra Dios, altivo y despreciativo, víctima de frecuentes ataques demoníacos y frustraciones, trató de volcar todo en la bebida, dado que las presiones internas y externas aumentaban. Durante estos años turbulentos, cuando la vida para el era imposible de sobrellevar, su esposa llena de fe, se mantuvo tolerante y esperanzada a su lado, cuidando de su hogar y de dos hermosos niños. Después de perder un trabajo tras otro, sufriendo continuos reveses financieros, se mudó de ciudad en ciudad con su familia, finalizando cada vez en deudas y bebiendo en exceso.

Siendo un cristiano profesante, una vez había intentado pastorear una iglesia, pero cuando los feligreses descubrieron su temperamento áspero y su adición a la bebida, perdió el respeto de ellos y también el pastorado.

Habiendo perdido trabajos, amigos, dinero y aun el respeto hacia su persona, se encontró al borde de perder también a sus seres más queridos: esposa e hijos. Luego de esperanzas frustradas, oraciones y esperas prolongadas, su esposa había llegado al final de sus fuerzas.

A pesar de que Wence había probado de todo, nada había acontecido. Oración, religión, servicio religioso, promesas y resoluciones de cambiar, todo había sido en vano. Se sentía condenado. ¿No había respuesta? ¿No había solución?

Desesperanzado y contemplando el suicidio como única vía de escape, de pronto se acordó de Peniel. Quizás allí él podría encontrar la respuesta. La noche que decidió ir a Peniel, Mar del Plata, comenzaba una conferencia. Llegó justo al principio. A medida que Wence me hablaba y contaba sus innumerables problemas, Dios abrió sus ojos por primera vez, la única solución verdadera: el derecho y estrecho camino de humillarse a sí mismo y orar la simple oración del publicano: «Dios ten misericordia de mí, un pecador».

Como resultado de esta conversación, presenció una de las reuniones en la capilla, y humillado delante de los creyentes que se congregaban allí, entre sollozos explicó cómo por años, si bien había sido un cristiano profesante, se había alejado de Dios; guiado por un espíritu de mártir y auto-lastima, se había amargado contra Dios, haciéndolo responsable por la tragedia de su juventud. «Acusando a Dios, comencé a beber para olvidar mis problemas, pero ello sólo los aumentó. No encontré ni paz ni alegría, sólo desesperación. Y ahora ya no puedo seguir, necesito encontrar a Dios».

Mientras el caía arrodillado sobre el piso llorando, los ministros lo rodearon y oraron. La congregación, movida por su desesperación, también comenzó a orar, uniendo sus oraciones y elevándolas a Aquel que por años había intercedido a la diestra del Padre por éste.

Al encontrar arrepentimiento, el pródigo encontró a Dios. Un encuentro que resultó en un total cambio de dirección. Contristado y quebrantado por la locura de sus caminos pasados, el pródigo, quien por años había escapado de Aquel que lo amaba, regresó a Dios y, en este regreso, encontró descanso su alma. Inmediatamente después, considerando que el trabajo de Dios había sido completado, se fue a otra ciudad para seguir por sus propios medios. Pero muy pronto, descubrió que necesitaba muchos meses más bajo la cobertura y la protección de un ambiente de fe, para que el trabajo de transformación en él fuera acabado.

Su arrepentimiento de corazón fue inmediato, pero la restauración de su vida, el cambio de viejos hábitos, el establecer sus pies firmemente en el sendero de Dios -el Camino Alto de su santidad- llevó muchos meses. Mientras Dios trabajaba pacientemente para reformar su vida, el encontró refugio en Peniel. Algunos años más tarde, Wence con su adorable esposa e hijos, trabajó como pastor y evangelista en una provincia distante, siendo su vida un testimonio del poder del Señor Jesucristo para restaurar y revivir a alguien que, por años, había vivido esclavizado en la vergüenza del pecado y vil servidumbre. A través de su ministerio, muchos encontraron descanso y liberación. Desde el corazón que una vez estuviera lleno de autolástima, desprecio, durezas y orgullo, comenzó a emanar la fragancia del único, amado y amante Nazareno.

En Peniel, él se encontró cara a cara con Dios y su alma fue librada. ¿Pero, por qué había ido a Peniel en Mar del Plata? ¿Qué era Peniel?

 

UN MONUMENTO A SU FIDELIDAD

 

Concebido en el corazón de Dios; construido de acuerdo a instrucciones dadas por Él; establecido sobre los principios y preceptos ordenados por Él; construido con el material provisto por Él; en respuesta a oraciones inoportunas, el Instituto Bíblico Peniel es la realización de las promesas dadas por Dios y un monumento a su fidelidad.

Peniel -un lugar elegido por Dios para ser la morada de su Presencia (significa en la traducción hebrea «cara del Todopoderoso»)- se ha convertido para muchos en un santuario, un escondedero, una cobertura de la tormenta y la lluvia, una roca, una fortaleza para el pobre y necesitado en su angustia.

Peniel - «donde me encontré con el Todopoderoso cara a cara y mi alma fue librada» (versión española de Génesis 32:30)- es un testimonio viviente de la verdad de que «lo que Dios ha prometido, Él es capaz, también, de realizarlo».

 

UN PUEBLO SIN PASTOR

 

La necesidad imperiosa de pastores del país, calificados para pastorear las manadas sin pastor -de ovejas recién nacidas durante el avivamiento en Argentina- me trajo una urgencia en la oración, para encontrar la respuesta en Dios.

En todos lados había sido igual: en los avivamientos en Buenos Aires, Necochea, Lobería y en Chaco. La facilidad de ganar nuevas almas contrastaba con la escasez de pastores preparados para conducir a estos pequeños en Dios. Una campaña evangelística produciría en cada noche y en cada ciudad, una nueva congregación. Pero, ¿dónde estaban los pastores preparados para pastorearlos?

El esfuerzo evangelístico en la ciudad de Lobería nos dio una triste lección. Después de batallar contra la fortaleza de Satanás para hacer una hendidura en su amurallado bastión, después de formar una congregación de gente que nunca había escuchado el evangelio, nos enfrentamos con la derrota, dado que no había nadie que pastoreara a los nuevos creyentes...y nosotros tuvimos que abandonarlos. Evangelizar y despertar a los inconversos a la luz de la vida de Jesucristo, para luego abandonarlos y que languidezcan solos en el desierto, para enfrentar las tentaciones de Satanás y las tormentas de la vida, no era la respuesta. Dios debía tener una solución, un camino mejor.

 

MODELO Y PRECEPTOS

 

A fines de 1955, mientras buscaba seriamente a Dios para conocer sus planes, me dejó saber claramente que deberíamos construir «Peniel» y «Los Pinares» con su provisión y habilidad. Peniel: un Instituto Bíblico para la preparación de gente joven para el ministerio, y Los Pinares: una casa para cobijar niños despreciados y abandonados. El objetivo final de su orden nos asustó. ¿Cómo podríamos cumplirlo? ¿Dónde estaba el dinero para tan vasto proyecto? Nosotros habíamos ministrado fuera de los Estados Unidos en trabajos misioneros por años. Nuestra licencia había sido ocupada enseñando en un Instituto Bíblico de Nueva York, por lo tanto, no habíamos hecho un itinerario entre las iglesias para reunir fondos antes de regresar al campo misionero. Los contactos habían sido pocos. Desorganizados y sin mucha ayuda mensual, nos preguntamos como María: «Señor, ¿cómo será esto?» Dudas, preguntas y temores nos llevaron aún más diligentemente a buscar su rostro.

Concerniente a todas las provisiones, materiales y elementos para la construcción del instituto y orfanato, Él acalló las lágrimas de nuestro corazón al darnos el mandato de Hageo 1:8: «Ve al monte y trae madera y construye la casa». Por ese versículo, entendimos que todo -incluyendo los materiales de construcción necesarios, dinero, estudiantes, profesores, equipos, obreros y constructores- vendrían, no como respuesta a fervientes pedidos o apelaciones, sino de Dios mismo, sólo en contestación a nuestras oraciones.

Tan seguro como Elías había subido a la cima del monte Carmelo y allí esperó en ferviente oración hasta que vino la respuesta de Dios, también nosotros deberíamos ir al Monte de Oración y esperar allí hasta obtener la respuesta -así fuera siete veces o setenta veces. Peniel debía ser construido, no por presiones hacia la gente, sino por insistente oración a Dios.

En cuanto a la estructura de la construcción, el Maestro Dibujante habló a través de las Escrituras. Como Dios había dado a David el modelo para construir el Tabernáculo por su mismo Espíritu, así Él nos daría el entendimiento de la estructura y diseño que Él deseaba para Peniel y Los Pinares.

 

PROMESAS Y PRINCIPIOS

 

Dios nos prometió que construiría una casa, que se gozaría en ello, que Él sería glorificado y pondría su Nombre -su presencia- allí. Para la realización de tal magnitud de mandamientos y promesas, no podíamos más que unir nuestras voces a la de David, cuando decía: «Oh, Señor Dios, Tú eres Dios y tus palabras son verdad y Tú lo has prometido».

Junto con el modelo, los preceptos y las promesas, Él también indicó cuidadosamente los principios básicos sobre los cuales operaría Peniel.

 

ORACIÓN

 

La dirección del Maestro Proyectista y las condiciones habían sido clarísimas: Él nos daría la posibilidad de construir, si orábamos. Por lo tanto, con profundo agradecimiento a Él, no pudimos más que constestar como David: «Tú has dicho a tu siervo que construirás una casa. Por lo tanto, tu siervo ha hallado en su corazón orar». Y fueron muchas las veces en que «como el siervo mira la mano de su maestro», también nuestros ojos se elevaron hacia el Señor, nuestro Dios; y Él oyó nuestras súplicas.

 

PROVISIONES

 

Uno de los principios que Él había establecido para la construcción de Peniel fue que no hubiera pedido de fondos a hombre alguno, ya sea directa o indirectamente. El maestro había señalado otro camino para nosotros: La búsqueda de Él «mediante la oración y agradecimiento, siendo nuestros requerimientos sólo conocidos por Él».

La suma que el Señor proveyó para comenzar la construcción del instituto era sólo suficiente para obtener todo permiso gubernamental y papeles necesarios, para dibujar los planos y poner los cimientos para una construcción con capacidad para cincuenta estudiantes.

Por más de ocho meses, no entró más dinero que el necesario para los gastos mensuales, para poder comprar algún material de construcción necesario posteriormente. Los incrédulos -observando los cimientos abandonados y el trabajo de construcción paralizado, y recordando nuestro testimonio de que Dios había prometido construir un instituto, comenzaron a burlarse. «¿Así que han empezado algo que no pueden terminar? Realmente creen que Dios les dijo que construyeran? ¿Dónde está ese Dios que Uds. dicen que contesta sus oraciones?» Sus palabras, cortantes como lanzas afiladas, nos llevaron a mayor oración. Dios es nuestro único recurso, y a Él nos volvimos. Sabíamos, desde entonces, que Peniel sería, también, un monumento a la fidelidad de Dios o un clamoroso testimonio de la locura de Miller. Por lo tanto «nos animamos en el Señor» y esperamos en su presencia. Otro de los principios era no apelar a personal, obreros, equipos o constructores. Prometiendo al Señor devolver la leña necesaria desde la Montaña de Oración, al mismo tiempo, no levantar una mano para colocar material alguno en la pared. Dios nos tendría que proveer alguien para realizar la labor manual. Si Él no podía enviar a alguien, luego yo no trataría de salvar su reputación -o la mía- haciendo yo mismo el trabajo de enladrillado. En consecuencia, la construcción no pudo continuar hasta que el Señor envió un constructor.

 

EL CONSTRUCTOR

 

La oración que Él me dio durante esos días fue la de Salomón: «Mándame, por lo tanto, un hombre diestro para el trabajo». En la forma más inusual, Dios contestó esa oración.

Unos meses más tarde, un hombre golpeó a mi puerta -el señor Simonetti, un simpático albañil, arquitecto y contratista. «¿Tiene Ud. algún trabajo para mí?», preguntó. Necesitaba trabajo, ya que había sufrido serios reveses financieros, habiendo perdido su casa y contratos de trabajo. Estaba deseoso de realizar cualquier tipo de trabajo de construcción al precio de un salario de peón, y nos preguntó si podríamos usar sus servicios de cualquier forma. El señor Simonetti era la respuesta de Dios a nuestras oraciones por un obrero. Educado, capaz, hábil en todas las fases del proyecto y construcción, él era la respuesta perfecta del Maestro Arquitecto -el hombre «diestro para el trabajo» enviado en contestación a meses de oración. Por años él dirigió, asistió y trabajó con sus propias manos en Peniel.

También supimos que no habría exhortaciones o anuncios para inducir a estudiantes a ir a la Escuela Bíblica. En contestación a oraciones, Él los enviaría; dirigiría sus pasos hasta este lugar.

Cuando comenzamos el primer año de enseñanza, todavía no había estudiantes y el edificio recién había comenzado a construirse. En respuesta a las oraciones, el Señor envió tres jóvenes -fruto de la campaña evangelística en Necochea. Con el fin de proveer lugar dónde dormir, nuestra familia de cinco personas se apretó un poco más para ceder un dormitorio a las jóvenes. El living se convirtió en nuestro salón de clases, y todos almorzábamos juntos en la cocina.

Siendo recién convertidas, las chicas no tenían preparación religiosa previa. Las referencias bíblicas debían ser localizadas por ellas en sus Biblias, antes que pudiéramos comenzar la lección del día.

Con estas tres jóvenes como estudiantes y nuestro hogar como salón de clases y dormitorio, comenzó a funcionar el Instituto Bíblico Peniel.

Los primeros estudiantes penielistas -y muchos otros que los siguieron- eran la elección de Dios: ignorantes, sin educación, sin cultura, sin preparación religiosa; ellos eran de la compañía de «los necios, débiles, bajos, despreciados y de las cosas que no son». Tiempo atrás, cuando el Maestro eligió sus discípulos de entre humildes pescadores, también eligió «lo que no es, para deshacer lo que es».

Dado que una de las leyes del Reino de Dios es el crecimiento, convenimos con Él que por este año dedicaríamos nuestro tiempo a estas niñas poco prometedoras, pero si no habían cuatro o más estudiantes para el próximo año escolar, cerraríamos «el lugar» como consecuencia de no haber entendido sus instrucciones claramente.

Al año siguiente, Él nos envió siete estudiantes; al próximo, doce. Sin ningún tipo de solicitud por nuestra parte, el número de estudiantes continuó aumentando. Tan pronto como las aulas estuvieron listas ya hubo estudiantes para ocuparlas. Cuando el edificio del instituto de tres pisos estuvo terminado, todos los lugares disponibles para dormitorios fueron ocupados. Finalizada la construcción de Peniel, se construyó otro edificio: Penielito. A fin de satisfacer la continua necesidad de dormitorios, se construyeron departamentos para matrimonios, como también para estudiantes solteros, y más tarde se edificó una unidad para dormitorio de varones.

Los estudiantes de Peniel llegaban sin ninguna invitación o anuncio; venían porque Dios había hablado a sus corazones -algunos de ellos superando grandes oposiciones de familiares y pastores. Para enfrentar la creciente demanda y necesidades de esos jóvenes, fue necesario tener clases durante el verano así como en los meses de invierno. Dios no permitió entrar a ningún joven que se viera tentado de tomar ventajosamente una habitación y pensión gratis.

Otro principio fundacional sobre el cual habíamos construido era el de no aplicar carga alguna a los estudiantes, tales como: alquiler de habitación, comida o enseñanza. Dado que la familia de Peniel continuaba creciendo, el problema de obtener y comprar suficientes provisiones se agudizó mes a mes. Continuamente era necesario ascender a la Montaña de Oración para, desde allí, traer las provisiones. A veces Dios enviaría comestibles como ofrenda de algunas iglesias pioneras fundadas por el evangelismo, o a través de alguna encomienda por vía aérea.

Otras veces, creyentes argentinos eran movidos en su corazón y traían ofrendas para el instituto. A menudo antes de que pidiéramos, ya Dios había contestado fielmente, proveyendo mientras orábamos: «Danos hoy el pan nuestro de cada día». Sus frecuentes respuestas a la oración en cuanto a la provisión de necesidades, son demasiadas para contar.

A menudo, cuando sus respuestas a nuestras necesidades parecían demoradas, encontramos refugio en el Salmo 119:29: «Recuerda la palabra dada a tu siervo, sobre la cual me has dado esperar». Frecuentemente, nos volvíamos a su promesa escritural: «Señor, Tú lo dijiste», era la base de nuestro clamor. A su debido tiempo la respuesta siempre llegó.

Llegó el momento en que era necesario algún medio de transporte. Por largo tiempo, habíamos usado bicicletas, pero como el instituto había crecido era indispensable tener auto. Como nos dirigimos a Él en oración, su promesa llegó y supimos que Él nos supliría. Pero los meses pasaban y aún no teníamos el auto. Dos años más tarde, cuando un pastor que nos visitaba nos preguntó por qué no teníamos un auto, dado que lo necesitábamos desesperadamente, nuestra respuesta fue que habíamos estado orando por uno, y creíamos que Dios supliría esa necesidad (aun cuando en Argentina éstos cuestan el doble del valor de uno similar en los Estados Unidos).

«¿Y de qué manera lo suplirá?», preguntó el ministro de modo irónico. «Lo bajará de las nubes, supongo. ¿Por qué no piden fondos? Envíen cartas. Den a conocer vuestra necesidad a los hombres». A pesar de que se burlaba de nuestra cándida fe, sabíamos que no podíamos apelar a ningún pedido; era en contra de los principios fundamentales que Dios nos había mandado.

Las palabras del ministro quemaban como un azote y yo las llevé al Señor, diciendo: «Padre, si Tú no satisfaces ciertas condiciones para tal tiempo, indicando que vas a cumplir tu promesa de proveernos un coche, te devolveré tu promesa y no te lo pediré más». Una de las condiciones para la compra del mismo era que no hubiera deudas. Si éste no pudiera comprarse al contado, entonces tendríamos que privarnos de él.

Para la fecha establecida Dios había satisfecho cada una de mis condiciones. Poco tiempo después llegó una carta diciéndonos que el Señor había puesto en el corazón de un matrimonio de jubilados el proveer para la compra de un auto para Peniel en Mar del Plata. Su cheque fue enviado por correo aéreo. Casi literalmente el Señor nos había «bajado un auto de las nubes».

 

CUMPLIMIENTO

 

En el año 1955 Dios dio la promesa. Hasta el día de hoy, Él ha dado cumplimiento de todo lo prometido. Donde antes había un solitario edificio misionero, ahora se elevan otros edificios: un Instituto Bíblico de tres pisos, una unidad para dormitorios de dos pisos y departamentos para matrimonios llamado Penielito, una unidad de dormitorios para niños, un taller y un lavadero. Todo se construyó en base a la fiel provisión de nuestro Padre Celestial quien nos había prometido que construiría una casa.

Sin solicitud alguna de fondos, fue provisto dinero suficiente para pagar íntegramente cada edificio. No hubo deudas ni fue necesario pedir dinero prestado.

Construido de acuerdo a las indicaciones dadas por Él, establecido sobre preceptos y principios que Él deseó, Peniel es un monumento a la Fidelidad de Dios quien puede realizar todo lo que promete.

Dios había prometido que Él edificaría. En respuesta a las oraciones y en cumplimiento a sus promesas, construyó un Peniel material -un Instituto Bíblico de ladrillo y piedra, y edificó su carácter en vidas desprovistas de toda gracia.

Y, sobre todo, se ha convertido en un testimonio vivo de la fidelidad de Dios y de lo que Él forja. Dios Es fiel. Fiel para realizar todo lo que promete. Fiel para guardar su modelo. Fiel para suministrar en su divina providencia. Fiel para contestar oraciones.

 

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