LA LLAMA ARDIENTE

CAPITULO 1

 

FUEGO EN LOS BOSQUES DEL SUR

 

Cuando el ángel del Señor se apareció a Alejandro, el joven polaco, en el Instituto Bíblico de City Bell, dijo: «Argentina...envío hacia ti una poderosa ola; pero, ¡ay de ti si la rechazas y ésta vuelve a mí!» En 1949, en la ciudad andina de Mendoza, esa poderosa ola comenzó a fluir por primera vez en un pequeño grupo de seis feligreses fríos, apáticos y desinteresados.

De un día para otro, fueron transformados en creyentes encendidos con la gloria del fuego del Señor, ya que salieron a las calles de la ciudad, trayendo consigo a otros a la casa de Dios. En seis meses la iglesia estuvo llena de nuevos conversos, salvados, sanados y llenos del Espíritu Santo, que también salían para traer a otros. Una iglesia muerta volvió vibrantemente a la vida cuando el fuego del Señor la llenó.

En 1954, la misma ola poderosa de vida espiritual fluyó hacia los moradores de la capital Argentina, Buenos Aires, llevando en su fluir cientos de miles de inconversos y trayéndolos a grandes estadios deportivos donde el Señor los salvaba y los sanaba, bajo el ministerio de Tommy Hicks. Pero ahora, algunos meses después, el ímpetu de este despertar había menguado. De la ola de fuego que había barrido la capital, sólo quedaban brasas y carbones.

Argentina, ¿había, de verdad, aceptado esa ola poderosa o la había rechazado? ¿Era este despuntar de avivamiento en Buenos Aires el final de la ola poderosa prometida por el ángel? ¿Había retraido Dios su ola tal como había advertido que lo haría si Argentina la rechazaba? ¿Podíamos esperar que Dios se moviera en otras ciudades tal como lo había hecho en Mendoza, City Bell y Buenos Aires?

Nuestro pequeño grupo evangelístico de cinco personas meditaba profundamente sobre estos interrogantes, con los pies puestos sobre la gran plataforma vacía, del aún mas vacío estadio que habíamos alquilado en la ciudad de Necochea para dar una campaña de sanidad durante once días. Desafortunadamente, ninguno de nuestro grupo -incluía a tres obreros del país, a mi señora y a mí- éramos evangelistas de renombre, sino miembros de la «guardia anónima» de Dios. ¿Vendría alguien a las reuniones? ¿Obraría Dios en Necochea como lo había hecho en Buenos Aires? ¿Sanaría? ¿Haría milagros? ¿Recibiría alguien al Señor como su Salvador o seríamos objeto de risa y saldríamos de la ciudad en vergonzosa derrota? Un interrogante sin respuesta nos asaltaba: ¿continuarían los fuegos del avivamiento ardiendo en las ciudades argentinas? ¿Continuaría esta ola poderosa de vida divina fluyendo, tal como Dios había prometido?

 

 

LA RESPUESTA DE DIOS

 

No contendió, ni gritó, ni hombre oyó su voz en las calles de Necochea, no obstante, el humilde Nazareno sanó enfermos y perdonó a los pecadores. Sin ninguna espectacular fanfarria de trompetas, o sonar de campanillas sacerdotales, el Maestro de los hombres se movió silenciosamente entre la gente, sanando a los enfermos, trayendo palabras de paz a los atribulados y vendando los corazones heridos. La noticia corrió de boca en boca.

Cuando las reuniones comenzaron, sólo unos pocos curiosos entraron rezagadamente; después de unas cuantas noches, el estadio estaba repleto. Tras haberse ocupado las quinientas sillas que había, muchas personas se vieron obligadas a permanecer de pie.

Toda clase de personas se hallaban representadas allí: de alta y baja esfera, así como de todas las clases intermedias. Todos se codeaban en el lugar común de la enfermedad y el sufrimiento, el tormento y la tragedia: doctores, abogados, comerciantes, ladrones, ateos, católicos, devotos de la brujería y charlatanes, idólatras y espiritistas, los sinceros y los burlones, los necesitados y los provocadores, los curiosos y los quejosos, los desesperados y los irritantes; un grupo heterogéneo sobre los cuales el Espíritu de Dios había comenzado a soplar.

Cada noche sucedía lo mismo. Cuando hacíamos la invitación a aquellos que querían ser salvos, todas las manos se levantaban. Con sumo cuidado, les aclarábamos el llamado, suponiendo que la gente no había comprendido. Nuevamente, todas las manos se levantaron. La invitación y la respuesta se repitieron varias veces. Finalmente, pedimos que sólo aquellos que verdadera y sinceramente estuvieran deseosos de entregar sus corazones al Señor se adelantaran. Casi toda la congregación lo hizo. (Si el «darse a Jesús» era parte del proceso de recibir sanidad, todos estaban más que dispuestos). Mientras la gente se congregaba alrededor de la plataforma, expliqué cómo aceptar a Cristo como su Salvador. Asintiendo con sus cabezas, repitieron cuidadosamente cada línea de la oración del pecador.

Debido a que las noches siguientes, las mismas personas respondían a la invitación para salvación, les pregunté cómo podían entregarse al Señor tantas veces. La ingenuidad de sus respuestas nos sorprendió: «Sabemos que ya nos hemos entregado al Señor, pero continuamos viniendo porque cada vez que lo hacemos recibimos más».

Nuestro bastión de teología, aprendizaje de tantos años, comenzó a desmoronarse al darnos cuenta de que esta gente se estaba allegando a Dios desde las profundidades de una tremenda obscuridad y era una larga cuesta arriba.

Nuestras oraciones eran el puente que Dios estaba usando para atraerlos a sí mismo. Al responder cada noche a la invitación, su fe y su entendimiento crecían.

 

OREN POR MÍ

 

Mientras los necochenses se alineaban frente a mí por oración, era perfectamente consciente de la gran maldad en sus vidas: adulterio, mentira, rebelión, vicios e inmundicia de todo tipo. Pero aún mayor era mi conciencia del tremendo amor y misericordia de Jesús, que da a todos los hombres liberalmente...y no reprende. Jesús no vino a condenar, sino a mostrar misericordia. No a encontrar faltas sino a justificar. No vino a culpar o reprobar sino a perdonar. Aunque ello significara quedarme con la gente hasta tempranas horas de la mañana oré por cada uno individualmente. Una multitud de inconversos e impíos se juntaban a mi alrededor, algunos fumando, otros semiborrachos; todos pecadores paganos. Al imponer mis manos sobre cada uno para orar por sanidad, pedía a Dios por perdón y no por justicia o juicio. Los pecadores se allegaban tal como eran, con un punzante anhelo en sus corazones que no podían poner en palabras, un clamor inefable que encuentra su mejor expresión en las palabras de la vieja canción: «Tal como soy, sin más decir», sin una sola excusa o defensa. Simplemente conscientes de una profunda necesidad que no podían expresar, se volvían con desesperación a alguien que pudiera ayudarlos. En misericordia, Dios hablaba palabras de consuelo y liberación.

Conocedor de que un poder fluía hacia ellos, sabía que no era a causa mía ni de ellos, sino por el tremendo fluir de la bondad misericordiosa del Señor. Mi inclinación natural era pedirles que, primero, limpiaran sus vidas y que, luego, vinieran a la fuente del Calvario a buscar beneficios. Pero la voluntad del Todopoderoso había sido mostrar, primero: su misericordia, y luego: limpiarlos o hacer ambas cosas simultáneamente. Tremendamente consciente de estar ministrando en su Espíritu de misericordia, yo deseaba tan sólo cubrirlos.

Como aquella Ruth de antaño, clamaban: «Extiende el borde de tu manto sobre mí», y el Misericordioso extendió su manto y cubrió la desnudez de ellos. Los lavó completamente y los ungió con aceite. Los vistió con obra de artífice, los ciñó de lino fino y los cubrió de seda. Entró en pacto con ellos y ellos se convirtieron en «suyos».

La gran necesidad de los necochenses apelaba a mi corazón. Los profundos gemidos y compasiones del Espíritu Santo me inundaban, y anhelaba traerles unas pocas gotas de agua de aquel gran Río de Vida -unas pocas gotas de la Fuente de su Sangre que fluía.

Imponiéndoles las manos uno por uno, tan sólo podía orar: «Señor, perdona». Esta era la hora de misericordia para los culpables pecadores que, desde tiempo atrás, tan sólo habían conocido vagamente un Dios de juicio y venganza -el gran Dios con un gran garrote. Era la hora de la misericordia para los ignorantes que nunca habían tenido una Biblia en sus manos, ni al Dios de la Biblia en sus corazones. Era la hora de misericordia para los paganos que adoraban amuletos, fetiches e ídolos y que jamás habían conocido a Jesucristo como Salvador del pecado y de la enfermedad.

Otros, ya sanados, volvían a la fila de oración y esperaban pacientemente durante horas, tan sólo para expresar su gratitud por lo que Dios había hecho o para dar un glorioso testimonio de liberación. Una mujer, profundamente conmovida, se arrojó en los brazos de un misionero evangélico sollozando: «Usted me trajo al Señor. Fui salva de mis pecados; jamás dejaré de agradecerselo».

Sara, una chica católica, se abrió camino hasta la fila de oración para reírse y burlarse. Pidió oración por desórdenes intestinales cuando, en realidad, su verdadera necesidad era mucho mayor. Impulsada por un espíritu de temor que la había conducido a un desequilibrio mental, se había apartado completamente de la sociedad y estaba a punto de ser internada en un asilo. Al revelar la palabra de ciencia su verdadera necesidad, comenzó a llorar, admitiendo que era verdad.

«¿Cómo lo supo?», me preguntó. Era Dios quien lo sabía, y quien había traído la verdadera sanidad que ella necesitaba, restaurándola.

Muchas veces, el Señor trae luz con respecto a las vidas de diferentes personas. Para la gente, esto era perfectamente lógico: si el Señor Jesús podía sanarlos, con toda seguridad podía de igual manera hablar y revelar sus necesidades más profundas al pastor. Algunas veces, una persona comentaba con otra: «Oh, no tienes que contarle al pastor lo que anda mal contigo, él lo sabrá». Había una aceptación infantil de lo sobrenatural.

 

 

HOY, SALVACIÓN PARA TU CASA

 

Junto con su esposo y su hijo, Ester era una «camarada de armas» perteneciente a una familia de camorristas y cuchilleros, que a menudo aterrorizaban al vecindario, persiguiéndose por las calles a gritos, maldiciendo y blandiendo cuchillos. Aun la policía les temía. Cada uno en la familia era igualmente malo, y la combinación de todos producía una atmósfera familiar de disputas y revuelos constantes. Una noche, la madre, que bebía, vino al estadio buscando sanidad. El Señor no sólo la sanó, sino que también la salvó. Tan grande fue la transformación en su vida, que su marido inconverso insistió para que siguiera asistiendo a los cultos evangélicos que tanto la habían beneficiado. La antigua incitadora se había convertido en una intercesora, y ella esperaba en el Señor el cumplimiento de su promesa: «Seréis salvos tú y tu casa».

Hasta que llegó al estadio, doña Valeria era una viuda con su salud completamente quebrantada, sola y desanimada. De un día para otro, Dios la sanó de sus muchas aflicciones y la transformó en una «madre en Israel» para los nuevos conversos. Mientras estaba arrodillada, orando al borde de su cama, se sorprendió al verse a si misma llorando.

«Pastor», dijo, «no se lo que me pasa. Nunca he estado así antes. Ni puedo orar. Todo lo que hago es llorar». Sonriendo, le expliqué que Dios le estaba concediendo gracia para arrepentirse, y que esto era una operación del Espíritu Santo en su corazón. Doña Valeria había venido al estadio buscando sanidad y la había encontrado. El Espíritu del Dios vivo había venido a ella con salvación, y ella la había recibido.

Un profundo hambre espiritual atrajo a Edna a los cultos del estadio. Mientras oraba, tuvo una notable experiencia del Espíritu del Señor. Al recibir el Espíritu Santo, una luz se le apareció. Al continuar buscando al Señor en los meses siguientes, la luz continuó aumentando hasta que un día un ángel se le apareció y le enseñó verdades bíblicas que jamás había aprendido y le predijo cosas que luego sucedieron. Su impío marido la había golpeado (en el pasado) muchas veces, pero ahora, al sentir la presencia del Señor rodeándola, se atemorizó y jamás volvió a hacerlo. Aunque una operación quirúrgica grave la había imposibilitado para tener hijos, el ángel le dijo que ella daría a luz un hijo varón. A su debido tiempo, el niño nació tal como el ángel lo había predicho. Luego, las visitas angelicales disminuyeron hasta cesar por completo.

Una viuda entrada en años, Josefina, era conocida por todos sus vecinos y la policía como una buscapleitos. Siempre en altercados, disputas y dificultades con sus vecinos y la policía, se había ganado desde hacia tiempo un apodo. En el estadio, Josefina fue salvada y sanada; su carácter comenzó a cambiar completamente. Cuando al cierre de la campaña la iglesia recién nacida comenzó a establecerse, la antigua «mujer de armas» se rindió y mansamente ofreció su casa para tener reuniones.

 

 

UN FRANCÉS ENCUENTRA LA FE

 

A causa de profesores ateos y estudios científicos, Don Godofredo (que cuando niño había sido católico) se volvió sumamente indiferente e incrédulo en lo concerniente a cualquier tipo de religión. En el vacío que siguió a la pérdida de su fe, comenzó a buscar diligentemente la verdad a través de la filosofía, la ciencia, el materialismo y las religiones orientales. Pero la verdad huía de el. Hubiera terminado por negar completamente la idea misma de Dios de no haber sido por tres preguntas que lo atormentaban grandemente: ¿Es el bien recompensado y el mal castigado después de la muerte?... ¿Volvería Cristo a la tierra tal como había prometido?... ¿Sería el mundo destruido como lo predecían las Escrituras?

El francés continuó su búsqueda. Pensando que la Biblia le podría facilitar algunas respuestas, comenzó un estudio intensivo, consultando diligentemente cuanto comentario pudiera encontrar. Pero tras doce años de búsqueda, no se hallaba más cerca de las respuestas -ni más cerca de Dios que cuando comenzó.

Mediante un disciplinado estudio de la Biblia, buscó a Dios con su mente, como un crítico y no con el corazón -como un creyente. Para su mente natural, la Biblia era contradictoria, absurda y confusa, llena de increíbles leyendas. La había denominado «La Divina Comedia».

Insatisfecho por su infructuosa búsqueda de Dios y con una grave afección del corazón -producida por los medicamentos que tomaba para aliviar los agudos dolores de reumatismo articular que sufría- vió que la muerte estaba cerca.

Cuando se enteró de que Dios estaba sanando y obrando milagros a través de pastores evangélicos en Necochea, concluyó que la venida de Jesús y el fin del mundo debían estar muy próximos. Envió a su mujer a los cultos del estadio, diciéndole sarcásticamente: «Ve y hazte evangélica. Entonces dejarás el licor exclusivamente por mí». La noche siguiente, lo convenció para acompañarla diciéndole: «Este es el Dios Verdadero, el que has estado buscando por tantos años».

Don Godofredo encontró a Dios en el estadio, y este es su testimonio: «Nunca antes se me había presentado a Cristo así. Antes había tratado de creer, pero mi corazón estaba frío y desprovisto de todo sentimiento. Pero mientras el pastor Miller oraba por mí, algo se agitó dentro de mi. Algo despertó. Cristo mismo me estaba hablando y, por primera vez en mi vida, creí realmente. ¿Por qué seguir buscando a mi hermoso Cristo en las religiones de la India? Estaba tan cerca que me encontré diciendo: ‘Oh, Dios, dame un corazón nuevo -un corazón lleno de amor y libre de toda maldad. Un corazón dedicado a tu servicio. Un corazón que tan sólo desee hacer tu voluntad’. Un ardor indescriptible surgió dentro de mí, como el calor de una llama. Supe que Dios me había escuchado. Ahora, cuando abro la Santa Biblia, nada parece increíble o imposible, ridículo, ya no es contradictorio o legendario. No es más un libro de fábulas. Es su Palabra -la Verdad- escrita por los santos profetas inspirados. Ya no buscaré comprender a Dios mediante la razón y el análisis. Él es el camino. ¡Lo sé! ¡Lo creo! Ya no quiero escuchar al diablo susurrar mentiras en mis oídos. Él huye cuando me levanto en fe contra las mentiras que me arroja en su intento por apartarme de Dios. No me gobernará más, pues Cristo es mi Rey. Él está siempre conmigo y vive en mí corazón. Me ha aceptado como hijo, perdonó mis pecados y me sanó. Ya no lo buscaré más en la ciencia o en la filosofía, pues lo he encontrado y mi vida ha sido cambiada. Entré como curioso al estadio y salí transformado».

 

 

 

SUS OPERACIONES

 

Incapaz de incorporar en su razonamiento finito lo infinito, incapaz de percibir en sus limitaciones a un Dios ilimitado, la Asociación Médica de Necochea rechazó las sanidades y publicó artículos en los diarios que declaraban que las sanidades duraban «tanto como duraba el estado emocional». Al menos admitían que las sanidades habían tenido lugar, aunque sólo fueran «temporales». Más tarde, la gente nos contó confidencialmente que varios doctores habían asistido a las reuniones y que algunos de sus parientes cercanos habían sido sanados.

Si fuéramos capaces de contar todos los testimonios de sanidad, la lista sería demasiado larga. Obviamente, las sanidades eran de suma importancia sólo para las personas sanadas y su familia inmediata. Pero registraremos algunos de entre cientos de casos.

Cierto hombre tenía un pulmón inutilizado por la tuberculosis. Los médicos habían introducido en el mismo ocho pelotas plásticas. Después que Dios lo sanó en respuesta a una oración por sanidad, el hombre volvió al hospital para que se las extrajeran. El examen demostró que estaba bien y que las ocho pelotas habían desaparecido.

Una señora que padecía asma estaba planeando venir a los cultos en busca de sanidad, cuando un vecino la disuadió, diciéndole que todo eso era obra del diablo. Poco después, otra persona vino a su casa a hablarle. «Fui sanada», le dijo. «¿Por qué no pruebas? Después de todo no tienes nada qué perder y no te harán ningún daño». La asmática mujer obedeció su consejo y vino a los cultos, y Dios la sanó.

Todos los miembros de otra familia habían muerto de tuberculosis, salvo una joven. Al asistir a los cultos, Dios, en su misericordia, la sanó.

Una señora mayor sufría tanto del corazón que se le hacía difícil ir hasta la panadería de la esquina, a la cual siempre llegaba fatigada y cansada. En el estadio, Dios la sanó. A pesar de su avanzada edad, a la mañana siguiente se dirigió apresuradamente a la panadería sin la menor dificultad, diciendo muy sonriente: «Digan lo que quieran de los cultos del estadio, ¡yo sé que Dios me sanó! ¡ Mírenme ahora! me siento como si bailara ... e inmediatamente se puso a danzar.

Una mujer de mediana edad vestida enteramente de negro (señal de luto), vino a pedir oración. Al orar por ella, comenzó a temblar y a sacudirse y, luego de caminar vacilantemente hacia el fondo del estadio, comenzó, de repente, a gritar: «¡Puedo ver! ¡Puedo ver!» Más tarde nos enteramos que era totalmente ciega.

A pesar de varias intervenciones de cirugía mayor, doña Lucía no se sentía aún bien. El reumatismo, asma, serios ataques de vómito e hinchazones habían convertido sus días y noches en un «continuo calvario». Cuando le contaron acerca de la «Misión Santa» del estadio de Necochea, ella replicó: «Si los médicos no pueden hacer nada, cuánto menos los pastores evangélicos». No obstante, una amiga la persuadió a que, de todas maneras, fuera. Fue entonces cuando Dios sanó y salvó a Lucía y descubrió que, verdaderamente, Cristo puede hacer más que cualquier hombre. Después que los cultos en el estadio cesaron, continuó como fiel creyente en la iglesia recientemente formada.

Una madre trajo a su pequeña envuelta tan sólo con una gran sábana, su cuerpo entero cubierto por una eczema que picaba, supuraba y sangraba. Los doctores habían sido incapaces de sanarla. Luego de la oración, la eczema comenzó a secarse y la comezón cesó. La niña estaba completamente sana.

Viajando desde una ciudad cercana, una madre trajo a su hija endemoniada. La niña, que no podía dormir de noche a causa de repetidos ataques, estaba tan nerviosa que hacía escenas dondequiera que fuera, destrozando cosas y peleándose con los otros niños. Los ataques no volvieron durante la campaña. Noche tras noche, permanecía sentada atentamente durante los prolongados cultos y jugaba tranquilamente con los otros chicos mientras orábamos por los enfermos durante largas horas. Se ordenó que los demonios saliesen y éstos obedecieron.

Otra niña, poseída por dos demonios, resistió la liberación por largo tiempo. Los demonios rehusaban salir. De repente, me di cuenta que estaba haciendo preguntas en inglés a la niña y que el demonio a través de la pequeña me estaba contestando en perfecto español, habiendo comprendido cada una de las palabras que dije. Aun cuando la niña no conocía una sola palabra de inglés, los demonios le habían dado comprensión. Después de una larga batalla, éstos también salieron.

 

 

LA BIBLIA, UN LIBRO NUEVO

 

La gente mostraba una inusitada hambre por la Palabra de Dios, así que compramos todas las Biblias que pudímos. La Biblia era otra vez «el libro más vendido». Antes de venir al estadio, había sido un libro desconocido para ellos. Eran absolutamente ignorantes en cuanto a su existencia o contenido.

«Venga a mi casa a explicarme esta biblioteca de libros (la Biblia) que acabo de comprar», dijo el anciano al invitarnos a su casa. Sumamente ignorante en cuanto a los pensamientos bíblicos y del orden de los libros de la Biblia, este hombre era tan sólo uno más de los tantos indoctos en cuanto a ella. De Necochea podría haberse dicho que «la Palabra del Señor era rara y escaseaba en aquellos días».

 

 

ABANDONO DE LA IDOLATRÍA

 

Sin ninguna advertencia de nuestra parte, la gente abandonó automáticamente su idolatría. De alguna manera, sintieron que estaba mal y espontáneamente destruyeron sus imágenes, rosarios, ídolos, estampas y fetiches.

«Voy a quemar mis imágenes», dijo una esposa, apareciendo un día con los brazos llenos de ídolos. Su impactado esposo, que también había sido criado en el catolicismo, le preguntó: «¿Por qué no los entierras?»

Ella replicó rápidamente: «No puedo; si los entierro el terreno estaría contaminado también». Así que salió a quemarlos tal como enseñaba la Biblia, aunque desconocía sus enseñanzas en cuanto al tema.

La hermana inconversa de un predicador evangélico, se arrodillaba fielmente todos los viernes en su casa ante un pequeño ídolo, ofreciéndole velas y flores. Unos pocos días antes de asistir a los cultos del estadio por primera vez, se paró frente a su ídolo preparando el ritual. De alguna manera, sintió que no debía encender las velas y ofrecer las flores, aunque no comprendía el por qué. Se levantó con determinación, abandonando su ídolo sin adorarlo. Poco después, entregó su corazón al Señor en el estadio. «Ahora comprendo», dijo, «por qué abandoné el ídolo; Dios ya estaba trabajando en mi corazón».

La Virgen de Fátima había sido traída por sus sacerdotes a Necochea para bendecir el estadio y obrar milagros. «La misión de santa Fátima» había culminado, sin ningún milagro, poco antes de que nuestra campaña comenzara. El párroco, deseoso de detener los cultos y excitado por las versiones de sanidad entre sus feligreses, se quejó vigorosamente al dueño del estadio, un prosaico hombre de negocios.

«¿Por qué permite que estos evangélicos tengan cultos aquí, cuando la virgen acaba de bendecir el estadio?», preguntó el cura.

«Ud. está equivocado, Padre», replicó el dueño, quien estaba ahora convencido de que Dios, verdaderamente, hacía milagros entre la gente. «La Virgen no bendijo el estadio, de ninguna manera, fue usted quien lo bendijo. Más aún, el estadio es un lugar de negocios que se alquila a todos los que puedan pagarlo».

La campaña prosiguió. Más tarde, llegó hasta nuestros oídos que el avión que transportaba al ídolo se había estrellado, estallando en llamas, destruyéndolo junto con los sacerdotes que lo acompañaban. Obviamente, la imagen carecía de poder para salvarse, a sí misma y a otros.

 

 

NACIDA EN UN DÍA

 

¿Cuáles fueron los resultados concretos de la campaña de once días en Necochea? Una congregación «nació en un día», una iglesia que más tarde construyó su edificio propio y su casa pastoral, mantuvo a su pastor con su familia y ayudó a evangelizar nuevos pueblos.

 

 

¿OTRO EVANGELIO? ¡NO!

 

Un grupo religioso que no creía en el poder de Dios para sanar, intentó comenzar una nueva iglesia mediante una campaña, a poco de terminar nuestras reuniones. Yendo de puerta en puerta, dieron con un nuevo creyente y lo invitaron a sus reuniones. Gozoso, el último replicó: «¡Me encantan esos cultos de sanidad!» «Pero, Ud. no entiende», le contradijo el visitante. «Dios no sana en estos días, Él tan sólo operaba milagros cuando estaba en persona, aquí en la tierra». Invitando a entrar al visitante, el recién convertido replicó: «Está usted equivocado, señor. ¿Ve Ud. esta pequeña habitación? Mi esposa estaba aquí virtualmente presa de un asma crónico. Aunque tuvo la mejor atención médica, de nada le sirvió. Entonces, gracias a los cultos del estadio, Dios la sanó. Antes yo tenía várices, desaparecieron totalmente. Mi hija sufría de hernia, también ella, ahora, se encuentra completamente bien. Me temo que ha venido demasiado tarde a decirme que Dios no puede sanar hoy día, pues Él ya lo ha hecho». Con todo esto, el visitante se excusó rápidamente y se fue. Los necochenses que, tan recientemente habían aprendido del Cristo que vino a librar del poder del enemigo, no querían otro evangelio; un evangelio ineficaz para ayudarlos, no les parecía en absoluto atractivo.

 

TODAS LAS PREGUNTAS RESPONDIDAS

 

Al término de la campaña de once días, teníamos las respuestas a todas nuestras preguntas:

La ola de sanidad de 1954 era tan sólo el comienzo...no el fin. Dios no había retirado su ola de sanidad a causa de haber sido rechazada. Podíamos esperar que Dios se moviera en otras ciudades como lo había hecho en Buenos Aires. Y nuestra mayor pregunta, sin respuesta, había sido también contestada: los fuegos de avivamiento y liberación continuarían ardiendo en esta nación.

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