LOS CORCELES DEL REY
Por John C. Miller

 

-Un llamado a ti joven-

El relato transcurre dentro de un riquísimo y basto campo cercado, en cuyos pastosas y fértiles colinas surcadas por arroyos de aguas surgentes, dos potrillos retozaban en la más irrestricta libertad, dentro de otros muchos, estos dos, disfrutaban de esta bastedad andando siempre juntos. Uno renegrido como carbunclo "Blaky". Con manchas blancas y negras el otro, "Pinta".
Cierto día trotando juntos por el campo, atraídos por una polvareda fueron a dar a un camino y de pronto algo nunca visto ni imaginado estaba a su vista. Un espléndido carruaje tirado por seis magníficos corceles blancos, que al reflejo del sol se veían color oro. Al acercarse algo más comprobaron la exquisita belleza de aquel artesonado e imponente transporte, cuyas cortinas purpuras vedaban la vista a su interior. Era el carruaje real que brillando al atardecer retornaba de un largo viaje después de recorrer lejanos lugares. Volvía hacia el casco de aquel campo donde se hallaba el palacio del Rey. Avanzaba lentamente y ellos pudieron oír con claridad que una voz desde el interior ordenó al cochero: -"Detén la marcha y déjalo descansar". Se detuvieron justamente delante de ellos, de modo que pudieron observar a estos corceles y en especial a uno, que parecía viejo ya y al que el cochero con gran afecto llamaba "Prince". También los otros cinco vigorosos aun daban muestras de que su tiempo estaba pasando. El Rey había hecho detener su carruaje para hacer descansar a sus corceles, que en otros tiempos hubiesen galopado de ida y de vuelta, pero ahora las fuerzas habían menguado y Él con ternura les daba descanso.
Ante aquella escena inaudita los potrillos que no entendían de carruajes ni arneses, comenzaron a inquietarse relinchando, corcoveando y galopando de un lado a otro, invitando y tratando de inducir a aquellos corceles a hacer lo mismo, sin entender por qué permanecían quietos en lugar de seguirlos en el goce de su libertad. Aquellos caballos ya habían aprendido algo que estos potrillos no sabían, estarse quietos hasta escuchar las órdenes del amo.
El Rey dio la orden y el carruaje retomó la marcha hacia su destino.
En tanto los potrillos continuaron gozando de los prados, las aguas y su libertad, hasta que cierto día, fueron enlazados y arrastrados hacia los establos del palacio; allí quedaron acorralados entre altos vallados con seguras tranqueras. Por primera vez experimentaban el encierro del que inútilmente trataron de liberarse hasta quedar sin fuerzas, hambrientos y sedientos. Finalmente su propia debilidad los hizo estar quietos; fue recién entonces cuando vieron entrar a aquel hombre al que reconocieron como el cochero del carruaje que habían visto aquella única vez, quien inmediatamente comenzó su trabajo de adiestramiento con cabestros, frenos y látigo. Esos extraños elementos que los limitaban, frenaban o hacían cambiar de rumbo.

Aterrados fueron conociendo la disciplina del cochero. Ambos estaban enojados y tristes añorando la libertad perdida; sin embargo había algo extraño, casi hermoso en este lugar, que a pesar del rigor del adiestramiento lo hacia agradable. Por empezar la comida tan grata y nutritiva... el sabor del agua tan especial, que además de saciar los hacia felices. Con el avance del entrenamiento "Pinta" comenzó a añorar su libertad, los prados, los arroyos y el hacer lo que deseaba. Cierto día la tranquera quedó sin su tranca, y pinta vio su oportunidad, al llegar la noche bastó un empujoncito y ante él quedó libre el camino de regreso a su lugar. De un galope estuvo afuera, por un momento se volvió para esperar a su compañero de correrías, pero "Blaky" quedó adentro. Desde afuera lo invitó con sus relinchos, era la oportunidad; pero había algo en aquel lugar que a "Blaky" le gustaba. ¿La comida? ¿El agua? ¿La voz del entrenador? ¿Su ternura a pesar del rigor? Aquella fue la primera gran decisión de su vida. Renunció a su libertad.
A la mañana siguiente el entrenador notó la tranquera abierta la ausencia de "Pinta" y a "Blaky" sólo, con la cabeza baja en el centro del corral. Le sonrió, y desde ese día nunca volvió a cerrarla, como diciéndole: "Si quieres puedes marcharte".
A partir de ese día el cochero entrenador, comenzó a bañar a "Blaky" cada atardecer y a poner sobre él un liquido rojo que él no sabía para que fuera pues no notaba diferencia. En el entrenamiento cesó el látigo, pero por tiempos la única demanda era obediencia y aprender el lenguaje del amo, hasta entender el significado de palabras tales como quieto y más adelante andar o galopar.
El entrenamiento se prolongó y también los baños diarios con el liquido rojo continuaron.
En este lugar tenía oportunidad de ver a menudo a aquellos corceles blancos resplandecientes que tanto admiraba, porque él había nacido todo negro.
EL tiempo pasó y fue creciendo y haciéndose fuerte con aquella comida, hasta que un día una gran conmoción lo sorprendió, había muerto "Prince" - el corcel de punta- aquel que tanto había admirado, aquel que a pesar de sus años se veía hermoso con su blancura resplandeciente y todos aquellos adornos con que el cochero embellecía sus arneses.
Poco después el Rey entró al establo, allí "Blaky" lo vio por primera vez. Conversaba con seriedad de un asunto con el entrenador; se le acercaron, luego asintió con su cabeza. Después de aquello el entrenador llevó a "Blaky" hasta un patio del palacio donde se hallaba el carruaje real, uncidos a el cinco y no seis caballos para llevarlo. En el lugar del faltante estaba sólo el arnés. Allí lo pusieron a él, en el lugar de "Prince", con su arnes y todos aquellos hermosos adornos que lo embellecieron. Otra vez se acercó el Rey y esta vez le habló y le dijo: "Ahora eres limpio". Cosa que no entendió hasta no notar lo que le había sucedido. Aquellos baños continuos con el liquido rojo como la sangre había ido cambiando el color de su pelaje, el cambio había sido tan lento y paulatino que jamás fue advertido por él; pero ahora relucía blanco como los demás corceles del Rey.

Otra vez el carruaje del Rey salió a recorrer lugares, nuevos corceles blancos fueron tomando el lugar que dejaron sus antecesores.
Un día al regresar, se detuvieron al mandato del cochero y al estarse quietos se oyó un débil relincho desde uno de los lados, al mirar hacia allí comprobó con horror que se trataba de "Pinta", pero no como él lo había conocido; estaba flaco , su pelaje oscurecido y sus manchas ahora eran terribles llagas de enfermedad , raquítico y al fin moribundo.
Mientras los corceles del Rey habían recibido cada día su comida, en los establos del Rey, en el resto de las tierras se había extendido una gran sequía. Las libertades que tenía no le sirvieron para alimentarse, la comida faltó. Los arroyos se secaron. Agonizaba. Teniendo ante si aquellos blancos, fuertes y hermosos corceles ,"Pinta" dijo para sí: "Cómo me gustaría ser uno de esos, pero no es para mí, ellos nacieron blancos, yo no soy así. El Rey es injusto, sólo toma los especiales..." Sin reconocer entre aquellos, al que había sido su renegrido compañero. Vivió en su libertad y allí murió.
El carruaje del Rey por siglos viene recorriendo los caminos de la tierra llevado por corceles blancos duramente adiestrados. Hoy, en esta generación, los corceles que tiran del carruaje avanzan en edad, y en los establos de entrenamiento son pocos los que se quedan. Muchos entran pero cuando tienen una oportunidad, cuando el entrenamiento se hace duro y la disciplina pesada, añoran su libertad. Aunque la comida es buena y deseable, son pocos los que se quedan para ser emblanquecidos con la sangre del cordero, para aprender su lenguaje, entender y obedecer sus órdenes.
Me pregunto si este carruaje de la gloria de su Presencia llegará a tu generación. Llegó hasta mi generación por que hubo corceles que lo trajeron. Sí, ha llegado hasta aquí. Si el carruaje del Rey ha de llegar a tu futuro, tendrás que llevarlo tú. Tú, Blaky. Sí... tú.
Si otras generaciones han de conocer lo que yo he conocido y ver lo que yo he visto, alguien tendrá que cambiar su libertad por el freno, su correr como quiero y su hacer como quiero por los arneces del Rey.

 

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